20.5.13

Los homicidios

Nos asombraremos al constatar que el joven o adolescente que comete un homicidio presenta el  mismo perfil que el que comete un hurto, entra en un local cerrado en busca de diversión y aventura o se fuma un “peta” para no quedar de menos ante el grupo de colegas.

    Veremos también cómo el homicidio, en muy pocos casos, es el fin de la acción cometida por el joven, o mejor dicho es la consecuencia incontrolada e impensada de un joven que, sobrecogido por la situación, no es capaz de prever los efectos de sus actos.

    Las diferentes teorías que han tratado de explicar la fenomenología de la delincuencia han incidido en diferentes y, en ocasiones, opuestos elementos que tratan de verter mayor luz sobre este asunto.

    Así tenemos las espantosas teorías que han defendido que la delincuencia es el producto de un anomalía genética, haciendo recaer todo el peso del delito en la persona. Otras que, si bien niegan este aspecto genético, consideran que la delincuencia es una problemática exclusivamente individual. Es la respuesta personal y concreta del individuo ante los estímulos del ambiente.

     También en este caso, se hace recaer todo el peso de la acción sobre el individuo.

    Nosotros partimos de una concepción dinámica, interactiva y más completa en la que intervienen las circunstancias sociales que rodean al individuo, la predisposición individual a responder de forma inadecuada ante los estímulos del ambiente y una baja tolerancia a la frustración.

    La consumación de un delito juvenil tiene mayores probabilidades de realizarse cuando éste es gestado en el seno del grupo que cuando es planeado de forma aislada.

    El grupo da fuerza y confianza. La influencia de uno de los potenciales autores de la acción sobre los demás, inhibe la  posibilidad de reflexionar sobre las consecuencias del acto cometido. Aunque también es cierto que no siempre tiene que responder a esta dinámica. La conspiración de un delito puede surgir de forma espontánea como ocurre en ciertos casos de atracos o tirones. Son las circunstancias del ambiente junto a la casualidad la que, en ocasiones, concretizan y dan cuerpo al delito. 
   
    La dinámica del grupo gesta unos roles determinados de acuerdo la particular personalidad de cada uno y, las personalidades en ebullición, en principio, las menos llamativas dentro del grupo son potencialmente las más peligrosas: el sujeto más violento es precisamente el más miedoso.

    Unos y otros se ven arrastrados al delito. Superar la presión de grupo sólo le es posible a aquél que puede disponer, también fuera del grupo, de relaciones afectivas estables y sólidas.

    Los homicidios son variados y siempre responden a un proceso personal largo, a una historia personal conflictiva.

    En los homicidios por una motivación sexual cabe distinguir entre los homicidios sexuales de personas desconocidas y de aquellas personas con las que el autor mantenía una relación afectiva y/o amistosa con la víctima, en todo caso, una relación duradera aparentemente cordial. Lo mismo cabría decir de los homicidios de menores.

    En su casuística nos encontramos que el rol de la figura materna y la relación de insatisfacción con la madre, que juega un papel determinante (como es el caso de los homicidios sexuales de mujeres mayores o incluso de ancianas o el intento de encubrir el homicidio a través del robo, la apropiación de las joyas, dinero u otros objetos de valor para encubrir la auténtica motivación sexual).

    Los homicidios de menores responden a una carencia de sus autores de un intercambio sexual sano con sus iguales al carecer de ciertas habilidades sociales. El miedo al rechazo les hace buscar el disfrute sexual en niños. No hay, por tanto, intención de hacer daño. Sólo desean un contacto sexual sin riesgo a una negativa. Al homicidio se llega indirectamente, con el único objetivo de eliminar al testigo o incluso de borrar el hecho ante sí mismo, como si nunca hubiera ocurrido. Es entonces cuando hay una necesidad imperiosa de escapar, de acabar cuanto antes, de terminar con el miedo. Es lo que se conoce como una “fuga hacia adelante” (R. Lempp: “Delincuencia juvenil”. Ed. Herder, 1979).

    En los homicidios contra homosexuales intervienen dos variables: el instinto sexual y la agresión. La generalidad constata que la motivación reside en el rechazo de su propia homosexualidad que es percibida una vez se enfrenta con la víctima.

    Los delitos de sangre realizados en la figura del padre son un hecho percibido a lo largo de la Historia. Interviene en el proceso un conflicto de relación entre padre e hijo; el padre como representante de la autoridad, el hijo subordinado a él. Se establece una  competición por el afecto y las atenciones de la madre (complejo de Edipo).

    En los matricidios y los fratricidios se presentan una multiplicidad de factores que intervienen en su casuística que hace muy difícil el poder reducirlos todos a un denominador común. Lo que si se puede afirmar, sin ninguna duda, es que existe en todos ello una falta de proporcionalidad entre la causa y la reacción.

    En el homicidio por celos no tiene una revelaría especial entre los adolescentes; si bien existen algunos casos reconocidos como homicidios por una motivación de índole afectiva, no suele ser uno de los delitos más sobresalientes entre los jóvenes y adolescentes.
   
    El homicidio conocido como por aparentar es un intento de no perder puntos ante los colegas. No hay lógicamente una intencionalidad implícita de matar a nadie, solamente la retribución psicológica que una acción de estas características puede acarrearle a su autor en un ambiente donde prima la violencia.

    Los infanticidios cometidos no presentan un proceso y motivación diferente a la de otros delitos de sangre cometidos por adolescentes.

    Generalizando, se puede afirmar que la mayoría de estos adolescentes o jóvenes pertenecen a las capas más deprimidas y marginadas social, cultural y económicamente. Una gran parte pertenece a familias rotas con un largo proceso de conflicto intrafamiliar.

    Suelen ser los hermanos medianos de estas familias, casi siempre numerosas. Lo que este posicionamiento, dentro del núcleo familiar, representa los condiciona sobremanera. Tienen una mayor capacidad de imposición y presentan con frecuencia mayores dificultades sociales. La condición de crecer junto  a sus hermanos puede favorecer la capacidad de adaptación pero también la irascibilidad y la tendencia a la impetuosidad de sus acciones. Se dejan llevar por los impulsos y la situación momentánea reaccionando de forma irreflexiva, dejándose dominar por la situación. Afectivamente son inmaduros y compiten toda la vida por el afecto, dado que la afectividad, cuando la hay, tiene que ser repartida entre todos los hermanos. No toleran bien las frustraciones ni las vivencias ni el entorno les ha enseñado a ello.

    Son jóvenes que han vivenciado sentimientos de desilusión y fracaso con algunas instituciones como la escuela o el trabajo, siendo los protagonistas del fracaso escolar, el absentismo escolar , el abandono precoz de la escuela o la expulsión. Esta vivencia negativa se suma a una falta de preparación profesional y a las grandes tasas de desempleo y a los pocos trabajos sumergidos a los que pueden acceder haciendo horarios penosos y cobrando una miseria.

    Además estos chicos suelen tener antecedentes penales por cometimiento de delitos contra la propiedad, acciones sin importancia cometidas en el seno del grupo.

    Son en definitiva, como decíamos al principio de este apartado, toda esa gran masa de jóvenes amenazados por el entorno social (minusválidos sociales). Son los mismos que realizan pequeños e inofensivos hurtos en las tiendas del barrio o en grandes almacenes. Son, en definitiva, esa mayoría de  jóvenes o adolescentes que han tenido conflictos con la ley.

    Es la gran carga emocional de las situaciones junto a la casualidad la que adquiere relevancia en la explicación de la acción: estos chicos actúan sobre la base de un problema que saben que no pueden dominar.
    

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