Vivimos una época
en que los medios de comunicación ya no nos sorprenden cuando publican alguna
noticia sobre narcotráfico u otros delitos relacionados con las drogas. Junto a
éstos contemplamos casi abortos una escasez de respuestas preventivas,
educativas y reeducativas que intenten modificar las causas generadoras de la
delincuencia que se derivan del uso y abuso de las drogas.
Los expertos dicen que la falta de
padres, el alcoholismo y la drogadicción, la agresividad y la explotación, son
factores que pueden generar delincuencia. Por eso en el VI Congreso de las
Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente
(Caracas, 1980) se aprobaron conclusiones como que “la función de la familia en
la prevención de la delincuencia de menores y en la educación de la juventud y
el tratamiento de los delincuentes debe ser apoyada por el Estado y la
comunidad en general, y debe estar equilibrada con la intervención externa del
Estado y con otras intervenciones institucionales externas...”.
También es interesante saber que el
fracaso escolar está presente en muchos delincuentes y que bastantes no lo
serían si su experiencia escolar hubiese sida más positiva y fuesen apoyados
por sus padres mostrando interés hacia la educación de sus hijos. Así mismo la
escuela es quien debiera detectar tempranamente las carencias del menor,
estando para ello más integrada en el barrio y en la problemática de sus
habitantes.
Pero
en el momento de afrontar la delincuencia como problema social, desde las
instancias oficiales se sigue concentrando mayores esfuerzos en la represión
del problema que en su prevención. Se da más importancia a la legislación
penal, al aparato de justicia, a los centros penitenciarios, a las fuerzas de
seguridad, etc., que a las políticas sociales y a la prevención de las causas
generadoras de la delincuencia. Y está también hay que abordarla desde la
familia, las instituciones educativas, la calle, los medios de comunicación y
la responsabilidad de la sociedad.
El instrumento fundamental de la
represión de la delincuencia continua siendo la prisión, que demuestra su
fracaso rehabilitador si vemos los altos índices de reincidencia que existen.
En la prisión se consigue justamente el efecto contrario al que desea la sociedad:
que el sujeto vuelva a ser una persona sociable. La violencia, las condiciones
precarias de vida, la imposibilidad de promoción cultural o profesional hace
que un buen número de individuos que ingresan en prisión por causa de un delito
ocasional salgan como pulidos delincuentes instruidos por sus compañeros de
patio.
El consumo de drogas y su tráfico
ilícito está provocando un amplio debate social que muy posiblemente favorezca,
me temo que a largo plazo, una visión más preventiva que represiva, aun cuando
hoy se ve el problema casi como una mera cuestión de seguridad ciudadana, que
acaba manipulándose por diferentes intereses. Las madres contra la
droga son toda una historia de dolor. Madres de hijos que se iniciaron a una edad
muy temprana. Desde mediados de los años 80 hasta principio de los 90
demandaban centros de atención y tratamiento para sus hijos, manifestándose en
los barrios, frente a las comisarías de policía o ante los juzgados, con un
fuerte eco social y respaldadas por la opinión pública. También las hemos visto
gritar en contra del narcotráfico, exigiendo medidas policiales y depuración de
responsabilidades e toda la mafia que mueve el contrabando de la droga.
La experiencia ha sido para ellas
una posibilidad de aprender de los errores. Y saben que los cometieron, pero
las amargas vivencias les han enseñado a razonar con calma para poder ayudar
mejor a sus hijos.
Cientos de jóvenes han iniciado, en muchos casos, un camino
sin retorno. Son muchas vidas truncadas, desamores, continuas recaídas
y pocas esperanzas. Sin embargo es necesario creer en la persona y no cesar de luchar, junto a
otras madres y profesionales, para que estos jóvenes puedan ser individuos
capaces de levantarse tras el error de intentar buscar solución a sus problemas
en el abuso de las drogas. Los pequeños progresos que se vislumbran en algunos
chavales, o que otros ingresen en centros de rehabilitación en lugar de la
prisión, es un motivo para continuar en esa lucha iniciada hace ya años por la asociaciones de lucha contra la droga.
No hace mucho tiempo a los chavales drogodependientes se les catalogaba
como “viciosos”, luego como “delincuentes” y ahora los técnicos y especialistas
dicen que se trata de una enfermedad bio-psico-social. Aún así hay quienes
consideran a la persona drogodependiente como falto de fe en Dios, de disciplina,
de habilidades sociales, etc. Son
chavales víctimas de unas circunstancias sociales, de una época concreta que
nos ha tocado sufrir. Se han hecho adictos a heroína, la cocaina..., drogas
que alienan, adormecen y frenan las ilusiones de la juventud. Son
víctimas también de las políticas de los gobiernos. Según sean los gobiernos de
turno así se les clasifica; según la ideología municipal o regional así se
destinan los recursos para uno u otro fin, para uno u otro centro o asociación.
Se
trata de chavales y chavalas que como consecuencia de su situación personal
derivada del consumo de drogas tienen múltiples enfermedades, arrestos,
condenas..., que han perdido la credibilidad para sus familias, que sus lazos
afectivos se han deteriorado o están ya rotos...
Procuremos estar en la calle, en los
hospitales, en los centros, en los juzgados, en las comisarías, en las
cárceles... donde están las personas con problemas.
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