FUNDAMENTOS TEÓRICOS E HISTÓRICOS DE LA EDUCACIÓN FAMILIAR
Fundamentar teórica e históricamente la Educación Familiar es una tarea ardua y compleja, pero a su vez necesaria, sobre todo si tenemos en cuenta la gran escasez de estudios e investigaciones que ha habido sobre esta temática, aspecto que ha dificultado su propio avance.
Alguna de las causas de la evidente fragilidad teórica de la Educación Familiar es, por una parte, que la familia no se consideró objeto estudio hasta bien entrado el siglo XX; y por otra, el olvido en la que estuvo sumida la Pedagogía Familiar (motivado por su exclusión de la preocupación pedagógica universitaria).
Fundamentar teórica e históricamente la Educación Familiar es una tarea ardua y compleja, pero a su vez necesaria, sobre todo si tenemos en cuenta la gran escasez de estudios e investigaciones que ha habido sobre esta temática, aspecto que ha dificultado su propio avance.
Alguna de las causas de la evidente fragilidad teórica de la Educación Familiar es, por una parte, que la familia no se consideró objeto estudio hasta bien entrado el siglo XX; y por otra, el olvido en la que estuvo sumida la Pedagogía Familiar (motivado por su exclusión de la preocupación pedagógica universitaria).
El hecho de que la Pedagogía Familiar no formase parte del corpus teórico de la Pedagogía, repercutió en gran medida en que, como muchas otras disciplinas propias de la Pedagogía (Pedagogía Social, Pedagogía Ambiental, Pedagogía Moral, Pedagogía Estética...), cayese en el olvido. Así también, el corpus teórico de la Pedagogía se caracterizaba y se caracteriza por estar conformado en su mayor parte por disciplinas propias de las Ciencias de la Educación como son Didáctica, Organización Escolar, Fundamentos Biológicos de la Educación..., lo que provocó una falta de estudio y de enseñanza entorno a aspectos de educación familiar, educación social, educación sexual, educación ambiental...
El profesor Quintana Cabanas reflexionó acerca de esta cuestión, quedando la misma perfectamente reflejada en su aportación al tratado de Pedagogía Familiar (1993). Una definición de Pedagogía Familiar que dice así: «entendida como la ciencia pedagógica de la educación familiar, o la parte de la pedagogía que se ocupa de ese aspecto de la educación que es la educación familiar». Este autor nos aclara algo más «que el objeto de la Pedagogía es el educar, la regulación de la actividad educadora, no siendo este el objeto de ninguna de las CC. de la Educación. Con esto queda patente la autonomía de la Pedagogía con respecto a las CC. de la Educación. Y en este contexto entra la Pedagogía Familiar, en cuanto rama de la Pedagogía. Si se quiere, forma parte de la Ciencia de la Educación, como la propia Pedagogía; pero no es una de las llamadas “Ciencias de la Educación”, sino que es una de las “ciencias pedagógicas” o ramas de la Pedagogía. Como tal, la Pedagogía Familiar es una ciencia “práctica”, por más que se apoye en unas bases teóricas» (Quintana Cabanas, 1993: 13-14).
Quizás, este predominio de la «práctica» fuera también una de las causas de la fragilidad teórica de esta disciplina, por que, a pesar de lo que apuntaba Quintana, no tuvo el suficiente acompañamiento teórico. Hoy en día está comprobado que para que una disciplina científica se consolide y avance, la teoría y la práctica deben estar siempre presentes, sobre todo porque son dos dimensiones de una única y misma realidad.
Otro aspecto que podría haber motivado la ausencia de planteamientos científicos sobre Educación Familiar y una profundización pedagógica de la misma, es que el ámbito familiar siempre estuvo marcado, valga la redundancia, por la «familiaridad» del tema. Sobre la familia siempre existió como una especie de libertad de opinión, todo el mundo podía opinar, lo que en muchas ocasiones facilitaba el caer en malinterpretaciones, en el mantenimiento de comportamientos arraigados-heredados, etc. que restaban cientificidad al objeto de estudio de la Educación Familiar.
Este es el panorama en el que hemos encontrado la Educación Familiar, y desde ahí tenemos que partir, aprovechando al máximo el trabajo de aquellos profesionales de la educación que dedicaron parte de su tiempo a la educación familiar, así como también las aportaciones de profesionales de otras disciplinas: psicólogos, sociólogos, antropólogos, juristas... Todos han hecho que hoy en día se pueda estudiar e investigar sobre Pedagogía Familiar y por ende, Educación Familiar.
Referencias sobre estos profesionales encontramos en el libro escrito y coordinado por Quintana. Destacando a J. Tusquets (1958) o a M. Bertrán Quera, que introdujo esta materia como asignatura optativa de la Universidad de Barcelona, en la década de los setenta; y a profesores universitarios de Pedagogía como J. L. Garrido (1969) o V. García Hoz (1990) que trabajaban sobre el tema, pero fuera del currículum universitario (en la actualidad, destacaríamos a Mª Jesús Rodrigo y a Jesús Palacios, coordinadores del manual Familia y Desarrollo Humano (1998), cuya aportación y la del resto de autores es muy destacable).
Estos autores, junto a muchos otros, de otras disciplinas y también del extranjero, han forjado la Historia de la Educación Familiar.
En Pedagogía Familiar (Narcea. Madrid, 1993) escrito por varios autores y coordinado por Quintana Cabanas, se hace referencia a un número singular de autores, revistas, colecciones e instituciones promotoras de la educación familiar.
La expansión de la Educación Familiar tiene su origen en causas de variada procedencia, y no todas ellas relacionadas con la Pedagogía. La eclosión de la educación familiar viene determinada por factores tales como: el cambio originado entorno al concepto de familia; la influencia del contexto social, económico, cultural; las nuevas políticas sociales; la democracia y el Estado de Bienestar; el divorcio y las separaciones; las nuevas formas de convivencia; la natalidad; las relaciones intergeneracionales; las problemáticas familiares; etc.
También habría que destacar como causas que motivaron la necesidad de una Educación Familiar: que tanto el sistema familiar como el sistema educativo, sobre todo el formal, sufrieron una pérdida de confianza en su función educadora debido principalmente a dos cambios: el cambio en el concepto de familia y el cambio en el concepto de educación.
Con respecto a la educación, ésta pasa a ser concebida como «un proceso de mejora de la persona que sobrepasa los límites del periodo escolar, llegando incluso a cuestionarse el monopolio de tal institución sobre la educación. La educación es concebida como una característica de la existencia humana» (Petrus, 1997:10).
Así mismo, el profesor A. Sanvisens (1995: 152-153) afirma al respecto que frente a los continuos y rápidos procesos de transformación social, la educación adquiere nuevas dimensiones y funciones:
a) Deviene en una actividad o función permanente.
b) Se abre a sectores marginales y problemáticos hasta entonces alejados del concepto de educación.
c) Se define como un sistema abierto.
d) Se reformula la educación como una actividad social.
En cuanto al cambio en el concepto de familia, decir que ésta ha pasado de una concepción tradicional desfasada para los tiempos en que vivimos a una concepción actual, que intenta estar a la altura de las exigencias que se le demandan no sólo desde el interior del sistema familiar sino de todos los sistemas sociales, y de ahí sus dificultades y su necesaria revisión conceptual.
Hasta aquí, la historia nos ha remolcado como bien ha podido, pero para acceder a un conocimiento más complejo de la educación familiar debemos abandonar esta vía y recurrir a los hechos y a la realidad, y ésta no es otra que la educación familiar que viene dada por aquellos que se autodefinen como Educador@s Familiares y trabajan con familias.
A pesar de tal evidencia nos hemos encontrado con que la educación familiar ha sido utilizada como «cajón de sastre», en el que proliferaban recetarios educativos válidos para resolver muchos de los problemas de las familias. A ésto habría que añadirle cierta reconversión intelectual de profesores que, sin las adecuadas referencias, se han visto obligados a impartir materias o contenidos de temática familiar.
Para ser más exactos y no divagar más entorno a este concepto, los más aconsejable y adecuado es recurrir al análisis de la realidad existente (fuente inagotable de información) y reflexionar sistemáticamente acerca de lo que la educación familiar es y debe ser.
La educación familiar es un término difícil de precisar porque su conceptualización tiende a variar dependiendo de la ideología, la filosofía y la visión antropológica desde la que se aborde el conocimiento científico de la familia. Así por ejemplo, la educación familiar realizada y pensada en nuestro país tiene unas determinadas características, que en otro país o en otras sociedades, no se consideran como tales o no se entienden de esa forma.
Sea cual sea el enfoque de la educación familiar que se adopte, es necesario analizar las principales visiones que de la educación familiar se dan en nuestro contexto sociocomunitario inmediato.
La educación familiar queda definida no sólo por las funciones que tradicionalmente han sido de su competencia, sino también por aquellas que en respuesta a necesidades de la familia le son circunstancialmente atribuidas. Como ya hemos comentado, la educación familiar, está condicionada por su propia historia, por su carácter pedagógico y por las políticas sociales, y aún así no debe renunciar a la intervención crítica y transformadora de la familia y de la sociedad.
Si con anterioridad destacábamos también que sobre la familia todo el mundo se cree con el poder de opinar, sucede que en la mayoría de las veces se utiliza la opinión para ocultar la realidad, lo que conlleva a opiniones infundadas y malinterpretaciones de la verdadera realidad. Es ésta una característica de la familia actual, que tiende a suprimir o evitar preguntas referidas a su intimidad, a conflictos familiares, relaciones personales, etc., lo que dificulta la intervención.
De ahí, la necesidad de delimitar la frontera conceptual de lo que, actualmente, se entiende por educación familiar. Conociendo como se ha generado su cognición y cuáles son sus límites conceptuales, podremos referirnos con exactitud a esta importante parcela de la educación. El problema de la cognición no es una cuestión meramente teórica, ya que la definición de una realidad social es, en cierta medida, el ejercicio de un poder. La definición genera por sí misma una posibilidad de futuro o un espacio para el olvido (la falta de una definición clara de lo que era educación familiar provocó esta última situación comentada). Importante, pues, definir qué es y cuál es la función de la educación familiar dentro de la sociedad del bienestar.
La Educación Familiar como adaptación
El término adaptación se entiende como la adquisición de las condiciones que el medio exige del hábito más evolutivo del hombre: adaptarse. Por tanto, la educación familiar, consistiría en adquirir las necesarias características intelectuales, sociales, culturales, afectivas y personales para adaptarse al medio, para vivir y sobrevivir en un contexto familiar y social concreto. Ahora bien, esta adaptación es evolutiva, es un proceso que se da a lo largo de toda la vida, y la educación familiar aunque es más intensa en la infancia y en la adolescencia, continua en la adultez y en la vejez. La educación familiar adaptativa, es un inacabable proceso de continuas adaptaciones del hombre al medio natural y social. En sentido estricto, la educación familiar sería la expresión del desarrollo adaptativo del educando, como ser vivo, a las cambiantes necesidades sociales.
La adaptación es una fase necesaria de la educación familiar, aunque esa adaptación sólo tendrá valor pedagógico si se convierte en un auténtico factor de optimización de la persona y de la propia sociedad. Esa adaptación no debe entenderse como una actitud mimética sin más, sino como adaptación evolutiva, creativa y optimizante. Toda educación familiar debe ser adaptativa y evolutiva al mismo tiempo. Es decir, debe ser capaz de integrar a cada miembro del sistema familiar en el medio, y convertirse en un factor de cambio de ese mismo medio.
La Educación Familiar como socialización
Por socialización se entiende: «el proceso a través del cual el individuo humano aprende e interioriza unos contenidos socioculturales, a la vez que desarrolla y afirma su identidad personal bajo la influencia de unos agentes exteriores y mediante mecanismos procesuales frecuentemente inintencionados» (Quintana Cabanas, 1993:32).
La socialización es el largo proceso que conduce a la correcta inserción del individuo en la vida del grupo. La educación familiar sería el complejo mecanismo gracias al cual, un individuo del sistema familiar asume los valores, normas y comportamientos de dicho sistema. Cuando se habla de socialización de los individuos se incluye, dentro de un mismo proceso, la consecución de dos efectos: la enculturación y la personalización (Coloma, 1987).
La familia, se considera el grupo primario por excelencia dentro del proceso de socialización, y comporta el más elemental aprendizaje afectivo de los comportamientos del grupo. Afortunadamente, los padres aportan a sus hijos, además de alimento y protección, unas pautas específicas y el estímulo de unos modos concretos de interacción. La problemática de la socialización familiar estribaría precisamente en las pautas y en los modos concretos de interacción usados por los padres.
Los padres son agentes socializadores, no sólo cuando se proponen unos objetivos concretos y explícitos y unas estrategias calculadas, lo son siempre que interactúan con los hijos. La pedagogía familiar estimula la reflexión sobre efectos no deseados de la acción socializadora espontánea o no intencionada paterna.
Como hemos podido comprobar la educación familiar se define también, como una correcta socialización.
La Educación Familiar como adquisición de competencias sociales
Si en el anterior apartado destacábamos la capacidad de la familia para influir en la correcta socialización de sus miembros, o en la correcta inserción del individuo en la vida del grupo, vemos que la adquisición de competencias sociales también se acerca a lo que entendemos por socialización. Habermas (1982) añade una característica que las diferencia y que es importante tener en cuenta: la socialización no es un mero proceso racional y cognitivo, sino más bien el resultado de un proceso afectivo y comunicativo. La educación familiar, en los último tiempos, se ha ocupado más de este último proceso, delegando la parte racional y cognitiva de la socialización a agentes secundarios como la escuela y los medios de comunicación. La educación familiar, aún así, no debe delegar estas funciones, sino participar junto al resto de agentes socializadores en su adquisición y afianzamiento.
Una vez que hemos hecho esta aclaración, indicar que la educación familiar se interpreta como la acción educativa, cuyo objetivo, es el aprendizaje de las virtudes o capacidades sociales que un grupo o sociedad considera correctas y necesarias para alcanzar su integración.
Ahora bien, para que podamos hablar de competencia social, se han de dar dos condiciones: primero, que el sujeto tenga éxito en el cumplimiento de las expectativas sociales que sobre él recaen; y segundo, que el sujeto sea consciente de su progreso personal como ser social, lo cual supone un cierto grado de satisfacción en su actuación personal. En este sentido, podemos observar la importancia que adquiere la educación familiar, ya que la familia ejerce una gran influencia sobre esas dos condiciones, que en unos casos adopta signos negativos y en otros positivos. La educación familiar debe tener como objetivo que las familias y sus miembros se formen y adquieran las habilidades o competencias sociales para una sana y eficaz vida en familia y en sociedad; por otro lado, no podemos olvidar que a veces las familias no son capaces de ofrecer a sus miembros tales habilidades o competencias sociales, inhabilitándolos para una correcta vida familiar y grupal y desviándolos socialmente. La educación familiar, también, debe tener como objetivo, prevenir y procurar que las familias no se sientan incapaces o impotentes en su acción educativa.
Educación Familiar como didáctica de lo familiar
La Educación Familiar se entendería como un conjunto de estrategias e intervenciones socioeducativas en el medio familiar.
La Educación Familiar es una intervención socioeducativa. Una intervención, en función de las dificultades que presente cada núcleo familiar; y en función de unos determinados mandatos institucionales. Es algo así como una ciencia de la intervención frente a las problemáticas familiares. Es una didáctica de lo familiar.
Esta visión puede ser criticada de reduccionista de la Educación Familiar, y sería cierto si tan sólo se tuviera como referente la acción y mejora de situaciones sociales concretas (casi siempre problemáticas), sin interrogarse acerca de las consecuencias que de una determinada intervención pueden derivarse. Esto viene a reivindicar que toda intervención tiene que estar acompañada por una continua revisión y reflexión, tanto de nuestros actos como de nuestra forma de pensar, de nuestras actitudes, emociones… en definitiva, no contemplar asépticamente todo lo que conlleva el proceso de intervención familiar y sus resultados.
Educación Familiar como acción profesional cualificada
La Educación Familiar es concebida también como la intervención cualificada de unos profesionales, con la ayuda de unos recursos y la presencia de unas determinadas circunstancias, sobre un sistema familiar.
Será objetivo primordial de esta actuación prevenir y dar solución a ciertas problemáticas y necesidades familiares de la población alejada de los beneficios sociales.
Una intervención profesional cualificada, no debe ni puede, reducirse a un mero «recetario» de acciones socioeducativas, sino que debe incidir en un análisis profundo del sistema familiar. Todo ello dirigido a la consecución de los cambios necesarios, de una forma eficaz y justa, y donde la familia sea la protagonista de los mismos.
La educación familiar será, en suma, una acción consciente, reflexiva y planificada, fundamentada en la técnica y en la metodología, a fin de incidir positivamente sobre una realidad familiar determinada. La educación familiar es una acción profesional cualificada, aplicada al contexto familiar, después de haber realizado un diagnóstico de la realidad familiar. La educación familiar es, en definitiva, una acción a través de unos medios y recursos adecuados, destinados a cambiar dicha realidad.
Educación Familiar como acción cerca de la inadaptación social
La Educación Familiar tiene como funciones:
1. Desarrollar y promover la calidad de vida del sistema familiar.
2. Adoptar y aplicar estrategias de prevención sobre las causas que originan y mantienen en desequilibrio al contexto familiar.
Definir la Educación familiar partiendo de la inadaptación viene a demostrar la excesiva relación existente entre la educación familiar y la inadaptación y la marginación. Sin obviar esta relación incidir que la educación familiar debe generalizarse a toda la sociedad y de una forma crítica denunciar el desequilibrio entre sectores marginales y aquellos que no lo son.
Educación familiar como paidocenosis
La educación es el conjunto de estímulos (paidocenosis) que de manera eficaz posibilita que una sociedad disponga de un mayor nivel de socialización.
La familia es fuente fundamental de estímulos, por ello consideramos que su función educadora es también paidocenosis. Los cónyuges, libremente constituidos en educador@s naturales de los hijos, pueden generar, al mismo tiempo, una familia comprometida en el plano educativo, y una sociedad decidida en potenciar sus más íntimas capacidades.
La educación familiar como generadora de demandas
La educación familiar tiene que asumir actitudes positivas ante las actuales estructuras sociales, orientándolas al respeto total de las exigencias familiares. Al mismo tiempo, ha de provocar las situaciones adecuadas para que la familia pueda o sea capaz de adaptarse a las transformaciones que sufre por motivo de los cambios sociales.
Debe asumir también el objetivo de crear conciencia acerca de cuáles son las necesidades familiares y sociales no debidamente satisfechas. Podemos afirmar que una correcta educación familiar debe generar nuevas demandas de educación familiar.
La educación familiar debe revelarse abierta a las diversas determinaciones sociales, dispuesta a integrar nuevas situaciones, y ser sensible a las complejas exigencias de los miembros más jóvenes del sistema familiar.
La educación familiar desde un enfoque integrador y cambiante
La educación familiar debe ser abordada desde una perspectiva integradora. El análisis que hemos hecho en los apartados anteriores es un buen ejemplo de los múltiples factores que pueden ayudar a la educación familiar a enriquecer su definición. De ahí que debamos reconocer que es de vital importancia interpretar la educación familiar teniendo en cuenta los cambios más significativos que se produzcan en el contexto familiar y social más inmediato.
Es integradora, porque además del peso que adquiere su relación con familias multiproblemáticas y marginales, su intervención educativa debe recoger también las familias consideradas como «normales».
La educación familiar está inmersa en su propio proceso de construcción, en el cual no puede perder el norte de la realidad social más amplia, ya que ésta le proporcionará su contextual configuración.
La construcción de la pedagogía familiar: algunas vías de aproximación
Incluimos algunas vías de aproximación a la educación familiar que sirvan al lector como guía orientativa de cuáles han de ser los pasos que hay que dar para apoyar el proceso de construcción de la Pedagogía Familiar y la Educación Familiar.
1. ¿Qué han dicho en el tiempo los pedagogos desde la aparición de la Pedagogía Familiar?. Esta pregunta dirige la vía histórica de construcción de la disciplina.
2. ¿Qué es lo que están haciendo hoy los pedagogos familiares y educador@s familiares?. Esta reflexión es la que da sentido a la vía práctica profesional de la Pedagogía Familiar.
3. ¿Qué es lo que ha sido capaz de elaborar la razón para articular un discurso sobre la Pedagogía Familiar que permita explicar las relaciones entre la teoría y la práctica, entre lo dicho y lo hecho, lo histórico y lo empírico?.
Otra clasificación que servirá de gran ayuda para aquellos que quieran profundizar en el estudio de la Pedagogía Familiar, o simplemente participar en su consolidación como disciplina científica, es la siguiente:
- Lo que son los teóricos (constructores de una ciencia).
- L@s profesor@s (enseñanza de esa ciencia).
- L@s educador@s familiares (profesionales en este tipo de conocimiento).
En cuanto a la vía teórica, la fundamentación de la Pedagogía Familiar, pasa por ver cada una de las tres orientaciones que se ofrecen a continuación:
- Qué tipo de conocimiento se produce y se utiliza en Pedagogía Familiar.
- Cómo se produce y se construye a través de la investigación en Educación Familiar.
- Para qué sirve dicho conocimiento.
Es interesante tener en cuenta también, que el desarrollo de la vía práctica está asociada a la respuesta de cuestiones como:
a) ¿Qué es lo que hacen los Educador@s Familiares es sus lugares de trabajo?. ¿Con qué familias trabajan?.
b) ¿Cómo lo hacen?. ¿Qué tipo de estrategias utilizan para recoger información?. ¿Cómo retraducen esa información en pautas de intervención más o menos planificadas y diseñadas?. ¿De qué modo evalúan y contrastan sus posiciones y sus acciones educativas a fin de que puedan tener información sobre los resultados de su tarea...?.
c) ¿Qué tipo de conocimiento se va obteniendo de la relación entre la teoría y la práctica, y cómo va contribuyendo ésta a fortalecer la primera? (Pérez Serrano, 1990; Sáez, 1989).
FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN FAMILIAR
«Todo hombre filosofa, pues en tanto que ser racional, tiende a justificar su comportamiento a la luz de unos principios. Lo que ocurre es que suele hacerlo sólo de un modo implícito y precipitado» (Quintana Cabanas, 1993:73).
Estas palabras que acabamos de leer vienen a demostrar la importancia y la necesidad de la Filosofía de la Educación Familiar.
La Filosofía no atraviesa por su mejor momento, son muchos sus detractores que consideran una pérdida de tiempo su mantenimiento en el currículum educativo y defienden que éste debería centrarse en el estudio de las ciencias y de la tecnología.
Si la Filosofía está tan poco valorada, y la Educación Familiar estuvo durante bastante tiempo excluida del currículum universitario, podríamos preguntarnos: ¿Por qué consideramos relevante la Filosofía de la Educación Familiar?.
«Todo hombre filosofa, pues en tanto que ser racional, tiende a justificar su comportamiento a la luz de unos principios. Lo que ocurre es que suele hacerlo sólo de un modo implícito y precipitado» (Quintana Cabanas, 1993:73).
Estas palabras que acabamos de leer vienen a demostrar la importancia y la necesidad de la Filosofía de la Educación Familiar.
La Filosofía no atraviesa por su mejor momento, son muchos sus detractores que consideran una pérdida de tiempo su mantenimiento en el currículum educativo y defienden que éste debería centrarse en el estudio de las ciencias y de la tecnología.
Si la Filosofía está tan poco valorada, y la Educación Familiar estuvo durante bastante tiempo excluida del currículum universitario, podríamos preguntarnos: ¿Por qué consideramos relevante la Filosofía de la Educación Familiar?.
La Educación Familiar tiene como centro de atención primario, la familia, y las personas que la conforman. Dichas personas poseen la capacidad de pensar, reflexionar, tomar decisiones, etc., sobre educación y muchos otros aspectos de la vida humana. Si bien es cierto lo que acabamos de decir, también lo es que en muchas ocasiones nuestra forma de pensar, reflexionar, tomar decisiones, etc., está viciada por dogmatismos, comportamientos heredados, opiniones, prejuicios, mitos, tabúes, condicionamientos, etc., que dificultan el crecimiento y la educación de los miembros del sistema familiar. Por otra parte, también hay que tener en cuenta que cada persona se caracteriza por un modo particular de ver, comprender y ejercer la educación; de ahí que se considere fundamental analizar si se trata de una idea aceptable o mejorable de educación. Partimos de una idea de educación: aquella que permite el sano y eficaz desarrollo humano en todas sus facetas y la convivencia, felicidad, disfrute, etc., de los miembros de la familia y de la sociedad en general.
Dos aspectos más son convenientes destacar para dar respuesta a la interrogante que planteábamos:
1. Qué todos los padres de familia se forman juicios de valor sobre los grandes temas de la Educación Familiar (la orientación escolar-profesional de sus hijos, sus diversiones, el sexo, los valores, la responsabilidad, etc.).
2. Qué poquísimos de ellos podrían razonarnos con alguna validez e información las posturas que están adoptando.
En pocas palabras, la Filosofía de la Educación Familiar persigue que la familia y sus miembros se den cuenta del peso y de la influencia de los condicionantes que señalábamos con anterioridad. Y aún es más, no sólo bastaría con darse cuenta; el paso siguiente sería librarse de ellos y buscar el verdadero sentido de la educación, y para eso se impone una notable madurez humana e intelectual.
Dicha búsqueda, en la actualidad, se caracteriza por la desorientación. Las familias están desorientadas, debido sobre todo a que las vías que venían utilizando para educar a sus hijos están desfasadas y no se adecúan a los actuales tiempos de cambios rápidos y poco estables. Los padres de hoy en día, están más preocupados por la educación, de cómo hacerlo correctamente, y a su vez, tienen un mayor nivel de preparación, pero ésto es contrarrestado por su baja implicación en el proceso de enseñanza-aprendizaje. En resumidas cuentas, existe un nivel alto de preocupación pero bajo en implicación.
Esta descompensación se produce porque, en principio, los padres actuales son más conscientes sobre las necesidades de sus hijos pero no saben exactamente como hacerlo, como educarles y prepararles adecuadamente para una posterior preparación como adultos. Esta dificultad que se les presenta hace que, muchas veces, deleguen esta función en otras personas que consideran expertas (educador@s familiares, psicólog@s, maestr@s, etc.).
Por otra parte, la búsqueda adopta tintes demasiados perfeccionistas: «búsqueda de la perfección», de ser padres perfectos, lo que normalmente deviene en casos de angustia e impotencia ante la incapacidad de sacar adelante a sus hijos. Un buen ejemplo son las dificultades que están encontrando los padres para afrontar el fracaso escolar. Son en estas situaciones de incapacidad cuando los padres procuran la ayuda de especialistas o recurren a actividades extraescolares, para que les alivien del sufrimiento, la angustia e impotencia ante la incapacidad que sienten a la hora de educar a sus hijos.
Por lo tanto, nos encontramos ante una total desorientación de la familia con respecto a su función educativa: perdiendo los pilares básicos en los que se asentaba, abandono, dejándose arrastrar por dogmatismos, opiniones, delegando sus funciones más privilegiadas y constitutivas a especialistas, etc.
El/la Educador/a Familiar tiene por delante una tarea compleja, tanto en todo aquello que se refiere a formación, como a sus actuaciones; sin olvidar la importancia de una continúa revisión y reflexión crítica-constructiva de su formación como de sus intervenciones individuales y grupales.
En cuanto a su formación, no deben faltar conocimientos tan esenciales como la concepción del hombre, de la sociedad, de la familia, de la educación; sobre el derecho y el deber de educar, la importancia de los valores, etc. La Filosofía de la Educación Familiar es la disciplina que nos va a aportar dichos contenidos, que estimamos fundamentales, ya que permitirán al Educador/a Familiar conocer el sentido más profundo y trascendental de los mismos. Al tiempo que los va aprendiendo y adquiriendo como propios, tendrá también como uno de sus cometidos transmitir y mostrar el camino para que las familias los vayan integrando en su particular modo de vida. Pero no sólo a través de conocimientos se logrará que las familias recuperen el lugar privilegiado que siempre han ostentando; pieza clave será que las familias se enfrenten a este periodo de cambios, con nuevas actitudes, procedimientos y hábitos, que impulsen y estimulen la confianza en sus posibilidades y capacidades humanas y educadoras.
La concepción del hombre
A lo largo de la historia, la concepción del hombre ha ido aglutinando varias acepciones, así es: un «ser vital», un «ser ideal», un «ser espiritual» y un «ser histórico». Estos dos últimos significados, destacan principalmente, porque tienen unas consecuencias decisivas para la educación familiar.
La dimensión espiritual del hombre nos acerca a los fenómenos humanos de libertad y moralidad, conocimiento, amor... Esta dimensión nos muestra la apertura del hombre al absoluto, la objetividad de los grandes valores y la superación de los relativismos. Se presenta una imagen del hombre como apto para realizar una vida superior, la cual ha de constituir su principal característica e imprimir su peculiar carácter a la educación. Las dimensiones de la personalidad según el esquema de B. Haman (1992: 155 y ss.) son la yoidad, la autoconciencia, la reflexividad, la consideración del sentido de las cosas, la libertad, la interpersonalidad, la capacidad valorativa y la corporeidad. A pesar de que vivimos en un mundo consumista e impersonal, debemos aspirar hacia la consecución de estas dimensiones.
El personalismo afirma el carácter primordial de la persona (en cuestión de dignidad y de derechos), si bien reconoce la vinculación del hombre al grupo, con todos los deberes implicados. La concepción autonómica y espiritual de la persona humana hay que verla, dice R. Medina (1989: 13-21) como «fundamento de la acción educativa: la educación viene a ser un proceso de personalización, en el que la persona ocupa el centro dinámico de su propia formación; ésta constituye un proceso gradual de liberación personal, complementado por unas referencias sociales». También E. Forment (1989: 55-91) nos habla del ser personal como base de la educación.
En la dimensión histórica del hombre se incardina el mismo hecho de la educación. Así nos lo demuestra Freire: «Los hombres, diferentes de los otros animales, que son sólo inacabados, más no históricos, se saben inacabados. Tienen conciencia de su inconclusión. Ahí se encuentra la raíz de la educación misma, como manifestación exclusivamente humana. Vale decir en la inconclusión de los hombres y en la conciencia que de ella tienen. De ahí que sea la educación un quehacer permanente. Permanente en razón de la inconclusión de los hombres y en el devenir de la realidad» (Freire, 1993: 76).
El hombre es, pues, ante todo, educable por necesidad de su naturaleza humana: se educa junto con otros hombres, en el contexto de un mundo natural y social «que tiene necesidad vital de conquistar, conquistándose al mismo tiempo a sí mismo como hombre - formándose- en una lucha permanente por la subsistencia y la existencia, conforme a su meta de vida» (Vara Coomonte, 1985: 92).
Dos aspectos más son convenientes destacar para dar respuesta a la interrogante que planteábamos:
1. Qué todos los padres de familia se forman juicios de valor sobre los grandes temas de la Educación Familiar (la orientación escolar-profesional de sus hijos, sus diversiones, el sexo, los valores, la responsabilidad, etc.).
2. Qué poquísimos de ellos podrían razonarnos con alguna validez e información las posturas que están adoptando.
En pocas palabras, la Filosofía de la Educación Familiar persigue que la familia y sus miembros se den cuenta del peso y de la influencia de los condicionantes que señalábamos con anterioridad. Y aún es más, no sólo bastaría con darse cuenta; el paso siguiente sería librarse de ellos y buscar el verdadero sentido de la educación, y para eso se impone una notable madurez humana e intelectual.
Dicha búsqueda, en la actualidad, se caracteriza por la desorientación. Las familias están desorientadas, debido sobre todo a que las vías que venían utilizando para educar a sus hijos están desfasadas y no se adecúan a los actuales tiempos de cambios rápidos y poco estables. Los padres de hoy en día, están más preocupados por la educación, de cómo hacerlo correctamente, y a su vez, tienen un mayor nivel de preparación, pero ésto es contrarrestado por su baja implicación en el proceso de enseñanza-aprendizaje. En resumidas cuentas, existe un nivel alto de preocupación pero bajo en implicación.
Esta descompensación se produce porque, en principio, los padres actuales son más conscientes sobre las necesidades de sus hijos pero no saben exactamente como hacerlo, como educarles y prepararles adecuadamente para una posterior preparación como adultos. Esta dificultad que se les presenta hace que, muchas veces, deleguen esta función en otras personas que consideran expertas (educador@s familiares, psicólog@s, maestr@s, etc.).
Por otra parte, la búsqueda adopta tintes demasiados perfeccionistas: «búsqueda de la perfección», de ser padres perfectos, lo que normalmente deviene en casos de angustia e impotencia ante la incapacidad de sacar adelante a sus hijos. Un buen ejemplo son las dificultades que están encontrando los padres para afrontar el fracaso escolar. Son en estas situaciones de incapacidad cuando los padres procuran la ayuda de especialistas o recurren a actividades extraescolares, para que les alivien del sufrimiento, la angustia e impotencia ante la incapacidad que sienten a la hora de educar a sus hijos.
Por lo tanto, nos encontramos ante una total desorientación de la familia con respecto a su función educativa: perdiendo los pilares básicos en los que se asentaba, abandono, dejándose arrastrar por dogmatismos, opiniones, delegando sus funciones más privilegiadas y constitutivas a especialistas, etc.
El/la Educador/a Familiar tiene por delante una tarea compleja, tanto en todo aquello que se refiere a formación, como a sus actuaciones; sin olvidar la importancia de una continúa revisión y reflexión crítica-constructiva de su formación como de sus intervenciones individuales y grupales.
En cuanto a su formación, no deben faltar conocimientos tan esenciales como la concepción del hombre, de la sociedad, de la familia, de la educación; sobre el derecho y el deber de educar, la importancia de los valores, etc. La Filosofía de la Educación Familiar es la disciplina que nos va a aportar dichos contenidos, que estimamos fundamentales, ya que permitirán al Educador/a Familiar conocer el sentido más profundo y trascendental de los mismos. Al tiempo que los va aprendiendo y adquiriendo como propios, tendrá también como uno de sus cometidos transmitir y mostrar el camino para que las familias los vayan integrando en su particular modo de vida. Pero no sólo a través de conocimientos se logrará que las familias recuperen el lugar privilegiado que siempre han ostentando; pieza clave será que las familias se enfrenten a este periodo de cambios, con nuevas actitudes, procedimientos y hábitos, que impulsen y estimulen la confianza en sus posibilidades y capacidades humanas y educadoras.
La concepción del hombre
A lo largo de la historia, la concepción del hombre ha ido aglutinando varias acepciones, así es: un «ser vital», un «ser ideal», un «ser espiritual» y un «ser histórico». Estos dos últimos significados, destacan principalmente, porque tienen unas consecuencias decisivas para la educación familiar.
La dimensión espiritual del hombre nos acerca a los fenómenos humanos de libertad y moralidad, conocimiento, amor... Esta dimensión nos muestra la apertura del hombre al absoluto, la objetividad de los grandes valores y la superación de los relativismos. Se presenta una imagen del hombre como apto para realizar una vida superior, la cual ha de constituir su principal característica e imprimir su peculiar carácter a la educación. Las dimensiones de la personalidad según el esquema de B. Haman (1992: 155 y ss.) son la yoidad, la autoconciencia, la reflexividad, la consideración del sentido de las cosas, la libertad, la interpersonalidad, la capacidad valorativa y la corporeidad. A pesar de que vivimos en un mundo consumista e impersonal, debemos aspirar hacia la consecución de estas dimensiones.
El personalismo afirma el carácter primordial de la persona (en cuestión de dignidad y de derechos), si bien reconoce la vinculación del hombre al grupo, con todos los deberes implicados. La concepción autonómica y espiritual de la persona humana hay que verla, dice R. Medina (1989: 13-21) como «fundamento de la acción educativa: la educación viene a ser un proceso de personalización, en el que la persona ocupa el centro dinámico de su propia formación; ésta constituye un proceso gradual de liberación personal, complementado por unas referencias sociales». También E. Forment (1989: 55-91) nos habla del ser personal como base de la educación.
En la dimensión histórica del hombre se incardina el mismo hecho de la educación. Así nos lo demuestra Freire: «Los hombres, diferentes de los otros animales, que son sólo inacabados, más no históricos, se saben inacabados. Tienen conciencia de su inconclusión. Ahí se encuentra la raíz de la educación misma, como manifestación exclusivamente humana. Vale decir en la inconclusión de los hombres y en la conciencia que de ella tienen. De ahí que sea la educación un quehacer permanente. Permanente en razón de la inconclusión de los hombres y en el devenir de la realidad» (Freire, 1993: 76).
El hombre es, pues, ante todo, educable por necesidad de su naturaleza humana: se educa junto con otros hombres, en el contexto de un mundo natural y social «que tiene necesidad vital de conquistar, conquistándose al mismo tiempo a sí mismo como hombre - formándose- en una lucha permanente por la subsistencia y la existencia, conforme a su meta de vida» (Vara Coomonte, 1985: 92).
El hombre debe satisfacer sus necesidades de subsistencia y de existencia (primarias y secundarias), y las satisface cuando es capaz de aprender a satisfacerlas en el intercambio de experiencia con otros hombres desde su propio yo personal. En definitiva, porque es educable, necesitado de educación, de adquirir nuevas formas, al mismo tiempo que conforma su entorno sociocultural.
La concepción de la sociedad y de la familia
La Filosofía de la Educación Familiar ve la familia y la sociedad desde el prisma del hombre, de la persona. Así, considera que la sociedad constituye el ambiente en el que se desarrollan las personas. El grupo existe únicamente en razón de las necesidades de la persona. La familia es para el hombre el grupo natural, insustituible, dónde éste se desarrolla.
Como hemos podido observar la Filosofía de la Educación Familiar pretende que reflexionemos acerca de la idea de hombre, sociedad, familia, educación... aspectos relevantes y fundamentales en la formación más básica del/a Educador/a Familiar. Todas las personas, incluidas profesionales, se hacen preguntas relativas a estos conceptos y su significación. Preguntas que muchas veces se responden de manera generalizada, erróneamente, o llegando incluso a no saber qué o cómo contestar. Los profesionales de la Filosofía y de la Educación Familiar deben evitar que sucedan situaciones de este tipo, ya que deben responder ante muchos padres de familia atrapados y atascados en un mar de dudas respecto a la educación que deben ofrecer a sus hijos, de cuáles son sus funciones, su papel en la sociedad, etc. L@s Educador@s Familiares cumplen y cumplirán un papel trascendental en este periodo de inestabilidad que vivimos, y nos encontraremos con familias y padres con una gran falta de confianza en sí mismos y en sus competencias parentales.
La educación, es una «ayuda» al ser humano. Los objetivos e iniciativas salen del propio educando; con el apoyo, la enseñanza y el estímulo se le induce a ello y entran a formar parte de ese proceso. No sólo hay que considerar al educando como el niñ@ o adolescente, todos somos educandos, y es necesario que los padres lo reconozcan como tal.
Un tema sobre el cual existe cierta controversia y dudas es respecto al derecho y al deber de educar a l@s hij@s, y sobre el derecho y el deber de l@s hij@s en sí. Tema espinoso para algunos padres que no lo tienen claro.
Cuestiones de este tipo tendrá que aclarar el/la Educador/a Familiar a los padres para que éstos puedan llevar a cabo una adecuada y eficaz función educativa. Por ello, de antemano, es importante saber que la educación constituye un deber de los padres. No un derecho. Mejor dicho, si es un deber es ya también, por ello, un derecho: pues, si uno tiene obligación de hacer algo, ha de poder hacerlo. Es así como aparece el derecho de los padres a educar, reconocido jurídicamente en los países democráticos (no así en los países totalitarios o dictatoriales que consideran la educación como una función del Estado por encima de los padres).
Con respecto a épocas anteriores, ha habido un cambio en cuanto al derecho de los padres a educar. Antes l@s hij@s eran propiedad de los padres, de ahí la «patria potestad», ejercida de forma autoritaria y abusiva, sin tener en cuenta que los hijos no pertenecen a nadie más que a sí mismos. Los tiempos han cambiado, y ya no es tan normal que los padres dispongan de sus hijos, ni que les marquen sus vidas (mentalidad propia de épocas pasadas donde los hijos estaban ligados a la supervivencia de la familia y a la producción, los matrimonios de conveniencia...). Por desgracia, no podemos decir que todo ésto haya desaparecido completamente, ya que existen grupos que todavía ejercen ese derecho de propiedad.
Los padres no se pueden tomar a la ligera la educación de sus hijos, aspecto que parece tender hacia la generalización. La permisividad y la inhibición de los padres se está convirtiendo en una característica definitoria del estilo educativo de nuestros hogares, y esto hace que los progenitores descuiden la educación que tienen el deber de ofrecer a sus hijos. Si éstos tienen un comportamiento inadecuado no pueden eludirlo ni permanecer indiferentes, sino que deben actuar y tomar parte en corregir y marcar los límites.
Otra característica de la familia actual es la permanencia de l@s hij@s en el hogar hasta bien pasada la mayoría de edad. Cuando l@s hij@s cumplen esta edad, cesa el derecho legal de intervenir en el comportamiento de los descendientes. Sin embargo, la etapa de la adolescencia y los años posteriores a la mayoría de edad, suelen ir acompañadas de continuos conflictos intergeneracionales e intrafamiliares por motivos tan diversos como son los horarios, las relaciones con el otro sexo, las amistades, los estudios, el dinero, la intimidad, el uso del ocio, etc. Aunque legalmente los padres ya no tendrían que hacerse cargo de sus hijos, los jóvenes de hoy en día son cada vez más dependientes y no son (en muchos casos tampoco quieren) capaces de independizarse de sus padres por motivos económicos, académicos, afectivos, laborales...
Sucede que los adolescentes encuentran en su familia el mejor refugio, no sólo como sustento de las necesidades más básicas sino también como fuente de consejo, afecto y atención. Por su parte los padres reconocen que no todo es una camino de rosas y que tienen bastantes dificultades y limitaciones para satisfacer todas las demandas de su prole. Limitaciones como el poco tiempo que disponen para estar con ellos por motivos laborales; y dificultades en cuanto a la autoridad, las normas, el diálogo... Si bien, hay que destacar, que los padres no pueden educar como quieran, sino que han de educar como deben, es decir como requiere el bien del hijo.
Queda claro que el máximo portador de derechos es el niñ@ y que los adultos tienen para con ellos una serie de deberes. Aún así no es difícil encontrarse con familias que ignoran estos deberes, lo que propicia situaciones de marginación social e inadaptación y dificulta la integración de sus miembros en la sociedad. Si estas situaciones no se tienen en cuenta y no se interviene sobre ellas, los hijos, con gran probabilidad, perpetuarán los mismos patrones adquiridos y aprendidos de sus progenitores o cuidadores.
Tanto en casos de familias marginales, con multiplicidad de problemáticas, como de familias con dificultades en la relación entre sus miembros o con dificultades escolares y educativas, el/la Educador/a debe primeramente transmitir a los padres el deber que tienen de proteger a sus hijos y de la educación que le deben ofrecer en cada momento. Si los padres no ejercen este deber el/la Educador/a debe poner en conocimiento de los mismos de qué actuaciones se pueden llevar a cabo para que el niñ@ no quede desposeído de sus derechos; y también, como una de las últimas medidas a adoptar, que éste ejercicio lo asumirá la Administración competente cuando así lo considere.
Familias que podemos considerar «normales» presentan dificultades entorno a cuestiones como son la libertad y la autoridad. Con anterioridad, señalamos que las familias de países democráticos, en su mayoría, parten de una concepción liberal que establece la libertad de las personas (en este caso de los hijos) como uno de los derechos humanos e inalienables. La rotundidad de esta última afirmación, ni siquiera en dichos países, se puede considerar como un principio universal defendido y preservado por todos. Casos de abusos, de corrupción de menores, de negación de la libertad personal y de expresión,... existen en nuestra sociedad. Otras veces se confunde la libertad con «espontaneidad», y la libertad tiene sentido cuando la persona actúa de un modo consciente y responsable.
Los padres permisivos tienden a dejarse llevar y sus márgenes de libertad son muy amplios. Los padres autoritarios, por su parte, restringen la libertad de sus hijos. En ambos casos, no se potencia ni la capacidad madura de elegir ni la voluntad de actuar correctamente.
Autoridad, no es igual a autoritarismo. Para que los hijos crezcan y maduren necesitan de la orientación de sus padres. Alguien en quién los hijos puedan delegar ciertas decisiones que ellos no son capaces de tomar. Si se quiere que los más jóvenes sean responsables, conscientes de sus propios actos y de sus consecuencias, los padres deben responderles de igual forma (es fundamental que haya coherencia entre lo que dicen y lo que hacen). Una orden bien dada no representa el antojo de una persona, sino una prescripción del sentido común; por eso la obediencia justa no es servilismo ni humillación, sino un comportamiento razonable.
La Educación Moral del Hombre
La Filosofía de la Educación Familiar incluye en su análisis cuestiones de educación moral. Sobre esta temática se tiene unas ideas inexactas, y es por ello que a veces los padres no saber explicar claramente que es la educación moral y sin embargo están ofreciendo a sus hijos esta educación. Hablamos de un tema que despista a muchas personas y que provoca desajustes en otras.
En la vida de las personas se entrecruzan numerosas cuestiones morales (algunas muy actuales como la eutanasia y/o el aborto, con sus defensores y detractores). La moralidad se entiende como rectos principios aplicados con lógica y realismo; que se aleja de sentimientos, corazonadas o sugestiones sociales.
La educación moral de los hijos se ha de centrar en una clarificación de conceptos y en un establecimiento de principios morales. Esta educación ha de ser esencialmente práctica, creando en ellos hábitos de actuación moral. W. Brezinka (1987: 274 y ss.) menciona como uno de los principales la habilidad o eficiencia personal que permite hacer frente a las dificultades de la vida.
Uno de los grandes objetivos de la educación moral es también dotar a los hijos de fuerza de voluntad, de vigor moral, de capacidad de esfuerzo y de superación de la pasividad y la pereza. Este objetivo va unido al tema de los valores, largamente tratado por la Filosofía y que a pesar de ello todavía se está elaborando una síntesis que pueda servir a los profesionales de la educación y a las familias. Esa síntesis es la que se pretende a través de la Filosofía de la Educación Familiar. El objetivo que se persigue desde esta disciplina es «tratar de delimitar aquellos valores que pueden considerarse básicos, por lo que tendrán un protagonismo en la vida del individuo, y procurar integrarlos en el proceso educativo, a fin de que se constituyan en el elemento activo que posibilite que el individuo pueda orientar su vida y tomar unas decisiones personales y profesionales de acuerdo con una escala de valores coherente y válida, no sometida a modas, presiones o criterios ajenos a lo que debe ser considerado realmente como valor» (Quintana Cabanas, 1993: 95).
Los padres han de tener presente que no pueden contentarse viendo simplemente cómo sus hijos defienden unos valores, que pueden ser muy distintos o contrarios a los suyos. En este sentido es muy importante la crítica y la reflexión recíproca, e indispensable el diálogo bidireccional: un diálogo que ha de ser rico de contenido y de información. Durante la adolescencia, los jóvenes tanto se pueden adherir a unos valores aferradamente como carecer de los propios y guiarse por modas o por criterios ajenos.
Los valores deben ser la base sobre la que se constituirá la personalidad del niñ@, llegando él a organizarlos y estructurarlos según sus prioridades, con lo que cada individuo, a partir de una cierta edad, determinará su propia escala.
La familia y los responsables de la educación deben tener en cuenta los siguientes aspectos tanto en la educación de la personalidad como de los valores:
EL AFECTO
El afecto está íntimamente relacionado con el amor y ambos van sujetos a la sucesión de los ciclos evolutivos. Es decir, durante la infancia, los más pequeños demandan continuamente muestras de amor, cariño y afecto, y es en esta etapa cuando los padres deben estar más atentos a sus requerimientos. La adolescencia es una etapa más complicada y los hijos buscan más la comprensión de sus padres. Cuando es adulto y se ha conformado otra familia, los hijos ven a sus padres como una fuente de consulta y éstos deben asumir que se ha formado otro hogar. El amor y el afecto debe ser incondicional: «amar por lo que son y no por lo que hacen».
Qué es lo que tienen que tener en cuenta los padres con respecto al afecto:
- Que éste no se debe ni regatear ni chantajear.
- No marcar exclusivismos.
- Se ofrece de todo a los hijos menos su tiempo presencial.
AUTONOMIA
Personas dueñas de sí mismas, conscientes de lo que pueden hacer, de cuáles son sus capacidades y limitaciones.
Los padres tienen como una de sus funciones responsabilizarse de que sus hijos asuman las tareas que les corresponden en cada momento de su vida. Existen dos modelos, uno en el que los padres admiten su responsabilidad y otro en que los padres desplazan la responsabilidad. Ambos modelos serán imitados por sus hijos. También han de tener claro los padres cuando es el momento en el que el niñ@ debe elegir por su cuenta o por el contrario debe estar apoyado por otras personas. Esta última forma de actuar está relacionada con la mediación: «no se lo dan pero se lo acercan», «no invadir pero tampoco dejar sólo». Una persona se puede considerar con autonomía cuando tiene la posibilidad de elegir alternativas.
Veamos cuáles son las limitaciones que suponen la falta de autonomía:
- Sumisión: se espera de los hijos que sean absolutamente obedientes y que cumplan todas las normas sin oposición.
- Mediocridad: cuando se tiende a dejar las cosas a medias y tiende a convertirse en una pauta.
- Excusa: la falta de autonomía facilita que la persona nunca encuentre razones para nada.
Qué es lo que no deben hacer los padres:
- No sobreproteger-invadir porque supone muchas veces limitar, negar.
- No dar nunca las cosas hechas: dejar elegir.
Qué es lo que deben contemplar los padres:
- A medida que el niñ@ va creciendo dar márgenes de libertad.
- Que los hijos cometen errores y esto no debe condenarse, más bien entenderlo como una posibilidad de escoger otras alternativas.
DEMORAR LA GRATIFICACION
Una característica que define a la sociedad vigente es que pocas cosas se hacen si no proporciona una gratificación casi repentina. Las cosas se definen por su inmediatez, cuánto más rápido mejor. En la mayoría de los casos trae consigo el «fracaso del tener» frente al saber esperar o «éxito del ser».
El autocontrol es una de las mejores armas para frenar este auge consumista. Hay que evitar, en la medida de lo posible, que los niños por cualquier cosa busquen una contrapartida, una gratificación la mayoría de las veces material. Habrá que tender hacia la Pedagogía del Esfuerzo, que los niños valoren las cosas que consiguen sin que por ello hayan de recibir por norma un premio.
¿Qué es lo que no hay que hacer?: no conceder gratificaciones inmediatas. ¿Qué es lo que se debe favorecer?: la satisfacción personal. La compensación ha de provenir de todo aquello que son capaces de hacer por sí mismos.
EMPATÍA
La empatía implica la comprensión del punto de vista de los demás. Entender las relaciones personales, las ideas, gustos y preferencias del otro. Es una sintonía afectiva con los demás y una sintonía intelectiva, ya tener en cuenta a los demás y respetar sus sentimientos permite la superación del egocentrismo.
La descentración afectiva, es decir, tener en cuenta los sentimientos de los demás, lleva al altruismo y a la solidaridad. La descentración intelectiva, tener en cuenta el punto de vista de los demás, lleva a la conducta prosocial.
¿Qué deben tener en cuenta los padres?. No pueden cegarse en que su opinión acerca de sus hijos es la verdadera, sino que pueden tener en consideración las impresiones de otras personas sobre los hijos. Este aspecto influirá en el trabajo del/a Educador/a Familiar en la medida de que cuánto más empáticos sean los padres más fácil será conectar con ellos.
«La empatía... Se trata de ponerse en el lugar del otro, escuchar activamente las emociones y sentimientos del otro. Es mostrar alegría cuando están alegres, preocupación cuando están preocupados o tristes.
AUSTERIDAD
Si en líneas anteriores destacábamos como característica de la sociedad el consumismo, habría que añadir además que lo que se consume es lo que se anuncia. Se está produciendo un fenómeno de audiencia imaginaria, que afecta a determinadas personas, sobre todo escolares, y es un mecanismo que adoptan en el colegio por imitación de sus compañeros fuera de su contexto real.
Qué se puede hacer ante un mundo de «aparente opulencia». La clave está en tener menos necesidades, cuantas menos, más satisfechos estaremos. Este es un criterio de austeridad o de seguridad en uno mismo, de una cultura del ser frente a una cultura del tener, marcada por el valor del dinero y por una sociedad mercantilizada.
No se debe dar una respuesta económica a todo lo que se pide, primero se deberían establecer unos criterios de racionalidad y una definición de límites.
Estos son una serie de valores que rigen la forma de educar, actuar y relacionarse con los demás. El breve comentario que añadimos tiene como finalidad el cuestionamiento y la reflexión acerca de aquellos valores que se consideran hoy en día como imprescindibles, por ello ofrecemos una breve interpretación y una valoración positiva y negativa.
Si en líneas anteriores destacábamos como característica de la sociedad el consumismo, habría que añadir además que lo que se consume es lo que se anuncia. Se está produciendo un fenómeno de audiencia imaginaria, que afecta a determinadas personas, sobre todo escolares, y es un mecanismo que adoptan en el colegio por imitación de sus compañeros fuera de su contexto real.
Qué se puede hacer ante un mundo de «aparente opulencia». La clave está en tener menos necesidades, cuantas menos, más satisfechos estaremos. Este es un criterio de austeridad o de seguridad en uno mismo, de una cultura del ser frente a una cultura del tener, marcada por el valor del dinero y por una sociedad mercantilizada.
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