El rechazo a estas personas se manifiesta más por sentimientos de pena y de compasión que con rechazo abierto, al contrario que colectivos como, por ejemplo, los delincuentes. Estos afectos de pena suelen ser ambivalentes mezclándose la pena y repulsión. Puede deberse a que socialmente, se nos ha enseñado a sentir lastimas de las personas con discapacidad, al mismo tiempo que la repulsa hacia los estigmas físicos. Una de las formas que han surgido a lo largo de la historia para lograr compatibilizar ambos sentimientos es culpabilizar a la persona con discapacidad. Un estudio Jones y cols. (1984) demuestra que las personas con estigmas físicos provocan en los demás sentimientos de desagrado, naúseas, sensación de mareo...
Se les está categorizado, aplicándoles el estereotipo discapacitado pero en el sentido de que no pueden hacer ciertas cosas. Con lo que tienen que luchar contra las barreras físicas pero también contra las barreras psicológicas y sociales.
A la hora de interactuar con personas discapacitadas solemos tener problemas combinando naturalidad y «buenos sentimientos» convirtiéndose en interacciones muy rígidas. Además, las personas sin discapacidad desvian la mirada del miembro estigmatizado e intentan evitar ciertas palabras de la vida cotidiana que estén relacionadas con el hándicap (como por ejemplo decirle a un ciego «¿cómo lo ves?»).
Debido a estas conductas de las personas sin hándicap, la persona discapacitada percibe, en la mayoría de las ocasiones, que el medio social resulta más incapacitante que el propio estigma físico.
Las personas con discapacidad tienen la dificultad para realizar ciertas actividades consideradas para otros como normales. El mayor reto que han tenido es demostrar a la sociedad que no son una clase aparte. Las personas discapacitadas son unas de las más afectadas en nuestro país por la discriminación. Para ellos es difícil conseguir trabajo, obtener una adecuada asistencia médica, conseguir instituciones educativas acorde a sus necesidades y recursos ...
Históricamente han sido compadecidos, ignorados, ocultados en instituciones...
Hasta la segunda mitad del siglo XX fue difícil que la sociedad reconociera que las personas con discapacidad tenían las mismas facultades, necesidades e intereses que el resto de la población. Por ello seguía existiendo un trato discriminatorio en aspectos importantes de la vida: Empresarios que se resistían a dar trabajo o promocionar a las personas con discapacidad, propietarios que se negaban a alquilarles sus casas, tribunales que a veces les privaban de derechos básicos... En las últimas décadas esta situación ha ido mejorando gracias a cambios en la legislación, a la actitud de la población y a la lucha de las personas con discapacidad por sus derechos como ciudadanos e individuos productivos.
Las personas con discapacidad, en el ejercicio de sus derechos, han luchado por establecer los siguientes principios: Ser evaluados por sus méritos personales y no por ideas estereotipadas sobre discapacidades, que la sociedad realizase cambios que les permitiesen participar en la vida social y en su integración, que le permitan participar con más facilidad en la vida empresarial y social (facilitar el acceso con sillas de ruedas al transporte público, a edificios y a espectáculos) y, finalmente, integrarse con la población capacitada...
Se les está categorizado, aplicándoles el estereotipo discapacitado pero en el sentido de que no pueden hacer ciertas cosas. Con lo que tienen que luchar contra las barreras físicas pero también contra las barreras psicológicas y sociales.
A la hora de interactuar con personas discapacitadas solemos tener problemas combinando naturalidad y «buenos sentimientos» convirtiéndose en interacciones muy rígidas. Además, las personas sin discapacidad desvian la mirada del miembro estigmatizado e intentan evitar ciertas palabras de la vida cotidiana que estén relacionadas con el hándicap (como por ejemplo decirle a un ciego «¿cómo lo ves?»).
Debido a estas conductas de las personas sin hándicap, la persona discapacitada percibe, en la mayoría de las ocasiones, que el medio social resulta más incapacitante que el propio estigma físico.
Las personas con discapacidad tienen la dificultad para realizar ciertas actividades consideradas para otros como normales. El mayor reto que han tenido es demostrar a la sociedad que no son una clase aparte. Las personas discapacitadas son unas de las más afectadas en nuestro país por la discriminación. Para ellos es difícil conseguir trabajo, obtener una adecuada asistencia médica, conseguir instituciones educativas acorde a sus necesidades y recursos ...
Históricamente han sido compadecidos, ignorados, ocultados en instituciones...
Hasta la segunda mitad del siglo XX fue difícil que la sociedad reconociera que las personas con discapacidad tenían las mismas facultades, necesidades e intereses que el resto de la población. Por ello seguía existiendo un trato discriminatorio en aspectos importantes de la vida: Empresarios que se resistían a dar trabajo o promocionar a las personas con discapacidad, propietarios que se negaban a alquilarles sus casas, tribunales que a veces les privaban de derechos básicos... En las últimas décadas esta situación ha ido mejorando gracias a cambios en la legislación, a la actitud de la población y a la lucha de las personas con discapacidad por sus derechos como ciudadanos e individuos productivos.
Las personas con discapacidad, en el ejercicio de sus derechos, han luchado por establecer los siguientes principios: Ser evaluados por sus méritos personales y no por ideas estereotipadas sobre discapacidades, que la sociedad realizase cambios que les permitiesen participar en la vida social y en su integración, que le permitan participar con más facilidad en la vida empresarial y social (facilitar el acceso con sillas de ruedas al transporte público, a edificios y a espectáculos) y, finalmente, integrarse con la población capacitada...
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