LA EDUCACIÓN DE CALLE
La marginación y el conflicto social son producto de un modelo político y económico que genera un tipo concreto de desarrollo cultural y social que crea sujetos incapaces de socializarse adecuadamente. Si a ello unimos la transformación en el mundo de la producción, la progresiva pérdida de la cultura popular, la desmotivación y la impotencia hacia los problemas sociales, las dificultades económicas o las deficiencias de las redes de apoyo, tendremos las claves para entender el por qué de la situación y las pistas precisas para provocar cambios que restituyan el sentido de la vida, de los valores o de la solidaridad.
Lo que llamamos «población de o en riesgo» tiene unas características que necesitan respuestas desde la educación no formal:
- Abandono del sistema educativo por desmotivación, frustración...
- Desajustes familiares con desestructuración a nivel personal.
- Dificultades para encontrar alternativas al ocio.
- Trabajo en precarias condiciones, dificultad para integrarse en el mercado laboral normalizado,...
- Conductas adictivas. Abandono afectivo.
- Etc.
La sociedad es la responsable de buscar soluciones a estos problemas. Con una metodología participativa se pueden dar respuestas a las necesidades sociales y a la marginalidad, en la que se impliquen todos los agentes de la comunidad: movimientos sociales, centros, voluntarios, profesionales, población y, por supuesto, Educadores de Calle. Todo ello tendrá que contar con el reconocimiento social y económico del Estado, apostando más por políticas de desarrollo de la sociedad civil que por el mero asistencialismo.
Las instituciones que tradicionalmente realizaban trabajo social con jóvenes eran poco eficaces, o sólo intervenían cuando ya era demasiado tarde, cuando las situaciones problemáticas eran evidentes. Incluso estas instituciones no eran capaces de acercarse de manera efectiva a determinados jóvenes y grupos, sobre todo porque no sintonizaban con sus inquietudes y necesidades.
Hasta ahora existía una trayectoria de trabajo de este tipo de Educador enfocada especialmente a las tareas preventivas con niños y jóvenes en barrios, talleres ocupacionales, centros abiertos, etc., como un animador de la acción social que actuaba desde el movimiento asociativo, pero nuevas realidades están reclamando su intervención en otros campos donde se nota su carencia, sobre todo porque puede desempeñar un rol de cercanía y acompañamiento que difícilmente podrían ejercer otros profesionales. Nos referimos a formar parte de equipos en proyectos de acción con drogodependientes, prostitutas, minorías étnicas, inmigrantes, etc. a través de programas de metadona, disminución del daño, incorporación social, higiene y salud, garantía social,...
Desde ya insistimos en el papel de la educación de calle como instrumento necesario en la intervención educativa con todos estos colectivos. Los y las educadoras de calle son, con frecuencia, las únicas personas adultas «significativas» a quienes pueden dirigirse los jóvenes y otros colectivos cuando se encuentran con problemas, situaciones y conflictos difíciles.
Es cierto que cada día se incorporan nuevos Educadores de Calle a equipos de la Administración (ayuntamientos, mancomunidades, etc.), pero cabría destacar que la iniciativa privada todavía tiene dificultades para hacerse con estos profesionales, que acaban siendo el último eslabón en la lista de contrataciones. En algunas asociaciones han desaparecido o se ha reducido los educadores por no contar con los apoyos vía subvención, aún cuando disponían del respaldo social necesario.
Los recursos que ha creado la Administración, por ejemplo para jóvenes, todavía carecen de personal capaz de atender al conjunto de la población en situación de riesgo de una forma estructurada y con permanencia en el tiempo. A veces se pretende atajar el problema con acciones puntuales y, ante distintas manifestaciones del mismo, se anuncian nuevos programas. Esto ocurre en el caso del llamado «botellón», para el que han surgido infinidad de iniciativas en todas las ciudades, más por cuestiones de orden público que de salud, de promoción social o de acciones encaminadas a la prevención integral con la participación de toda la comunidad. Algo simi-lar comienza a ocurrir con la problemática que genera la inmigración.
La marginación y el conflicto social son producto de un modelo político y económico que genera un tipo concreto de desarrollo cultural y social que crea sujetos incapaces de socializarse adecuadamente. Si a ello unimos la transformación en el mundo de la producción, la progresiva pérdida de la cultura popular, la desmotivación y la impotencia hacia los problemas sociales, las dificultades económicas o las deficiencias de las redes de apoyo, tendremos las claves para entender el por qué de la situación y las pistas precisas para provocar cambios que restituyan el sentido de la vida, de los valores o de la solidaridad.
Lo que llamamos «población de o en riesgo» tiene unas características que necesitan respuestas desde la educación no formal:
- Abandono del sistema educativo por desmotivación, frustración...
- Desajustes familiares con desestructuración a nivel personal.
- Dificultades para encontrar alternativas al ocio.
- Trabajo en precarias condiciones, dificultad para integrarse en el mercado laboral normalizado,...
- Conductas adictivas. Abandono afectivo.
- Etc.
La sociedad es la responsable de buscar soluciones a estos problemas. Con una metodología participativa se pueden dar respuestas a las necesidades sociales y a la marginalidad, en la que se impliquen todos los agentes de la comunidad: movimientos sociales, centros, voluntarios, profesionales, población y, por supuesto, Educadores de Calle. Todo ello tendrá que contar con el reconocimiento social y económico del Estado, apostando más por políticas de desarrollo de la sociedad civil que por el mero asistencialismo.
Las instituciones que tradicionalmente realizaban trabajo social con jóvenes eran poco eficaces, o sólo intervenían cuando ya era demasiado tarde, cuando las situaciones problemáticas eran evidentes. Incluso estas instituciones no eran capaces de acercarse de manera efectiva a determinados jóvenes y grupos, sobre todo porque no sintonizaban con sus inquietudes y necesidades.
Hasta ahora existía una trayectoria de trabajo de este tipo de Educador enfocada especialmente a las tareas preventivas con niños y jóvenes en barrios, talleres ocupacionales, centros abiertos, etc., como un animador de la acción social que actuaba desde el movimiento asociativo, pero nuevas realidades están reclamando su intervención en otros campos donde se nota su carencia, sobre todo porque puede desempeñar un rol de cercanía y acompañamiento que difícilmente podrían ejercer otros profesionales. Nos referimos a formar parte de equipos en proyectos de acción con drogodependientes, prostitutas, minorías étnicas, inmigrantes, etc. a través de programas de metadona, disminución del daño, incorporación social, higiene y salud, garantía social,...
Desde ya insistimos en el papel de la educación de calle como instrumento necesario en la intervención educativa con todos estos colectivos. Los y las educadoras de calle son, con frecuencia, las únicas personas adultas «significativas» a quienes pueden dirigirse los jóvenes y otros colectivos cuando se encuentran con problemas, situaciones y conflictos difíciles.
Es cierto que cada día se incorporan nuevos Educadores de Calle a equipos de la Administración (ayuntamientos, mancomunidades, etc.), pero cabría destacar que la iniciativa privada todavía tiene dificultades para hacerse con estos profesionales, que acaban siendo el último eslabón en la lista de contrataciones. En algunas asociaciones han desaparecido o se ha reducido los educadores por no contar con los apoyos vía subvención, aún cuando disponían del respaldo social necesario.
Los recursos que ha creado la Administración, por ejemplo para jóvenes, todavía carecen de personal capaz de atender al conjunto de la población en situación de riesgo de una forma estructurada y con permanencia en el tiempo. A veces se pretende atajar el problema con acciones puntuales y, ante distintas manifestaciones del mismo, se anuncian nuevos programas. Esto ocurre en el caso del llamado «botellón», para el que han surgido infinidad de iniciativas en todas las ciudades, más por cuestiones de orden público que de salud, de promoción social o de acciones encaminadas a la prevención integral con la participación de toda la comunidad. Algo simi-lar comienza a ocurrir con la problemática que genera la inmigración.
El Educador de Calle -o Educador en
Medio Abierto como se le comenzó a llamar en Francia-, a diferencia de
otros profesionales, sale al medio propio donde están los
destinatarios de los programas, hace de ese medio abierto su lugar
habitual de trabajo, crea relaciones individuales y grupales, se acerca a
los que nunca utilizan los recursos, sirve de
referencia a unos, optimiza todo el conjunto de dispositivos
comunitarios públicos o privados, responde al principio concreto de
educarnos en la calle y sirve además de complemento al trabajo de
otros técnicos.
El beneficio social y económico queda patente por la atención que se presta a determinados colectivos que difícilmente acceden a otros sistemas de atención, por los procesos de cambio que se generan, por la propia implicación y eficacia cualitativa del Educador y porque en el trabajo social las relaciones deben ser horizontales y de promoción para conseguir verdaderos cambios.
El beneficio social y económico queda patente por la atención que se presta a determinados colectivos que difícilmente acceden a otros sistemas de atención, por los procesos de cambio que se generan, por la propia implicación y eficacia cualitativa del Educador y porque en el trabajo social las relaciones deben ser horizontales y de promoción para conseguir verdaderos cambios.
Un «nuevo» educador entre los jóvenes:
El Educador de Calle no trabaja únicamente con drogadictos, delincuentes, jóvenes extravagantes, etc., por tratarse de sujetos y objetos de programas e intervenciones específicas, sino que su acción entre la juventud está motivada porque están en una etapa de la vida en la que servirá de ayuda para acompañar en esas situaciones de conflicto inherentes a la adolescencia. El Educador trata de que las vivencias que acumula el joven puedan ser positivas y sirvan de bagaje para su futuro adulto. Y lo hace desde esos espacios significativos, los ámbitos, los tiempos y las actividades donde ellos están y hacen: Rincones, calles, centros culturales, bares, asociaciones... Para que el joven se mantengan en una entorno educativo harán falta delegados educativos que acompañen, apoyen, sugieran, hagan de puente, etc. Si no se potencian este tipo de medidas de atención es fácil que muchos jóvenes tengan dificultades especiales en el proceso de incorporación social, con lo que el conflicto se agudizará todavía más.
Desde la Administración y organizaciones no lucrativas se diseñan locales, equipamientos, programas, etc. que no sirven para todos los jóvenes y de los que quedan fuera aquellos para los que precisamente muchas veces se proyecta. Ocurre que acceden a estos servicios quienes menos lo necesitan y que tienen facilidad de incorporarse a otros recursos más informales. Un centro abierto, por ejemplo, es un servicio extraordinario para acoger a adolescentes en barrios marginales, donde la presencia adulta de un animador-educador puede dar mucho juego para posibles actuaciones y nuevos proyectos.
La función del Educador será siempre la de incitar, apoyar el proceso de transición, socializar, contribuir a la adquisición de la autonomía, etc., sin necesidad de vigilar, proteger, disponer, tutelar... Sabe que «estar» entre los jóvenes ayudará a «hacer» comunidad. Cabría decir lo mismo si los destinatarios son otro tipo de individuos que atraviesan especiales dificultades.
Llegar hasta donde ellos están requerirá creatividad, innovaciones, habilidades y técnicas que faciliten ese acercamiento. Así como existe ya la figura del Educador de Calle de Noche, que actúa entre los «habitantes» de los ferrocarriles metropolitanos, será preciso adaptarse a las nuevas circunstancias y superar la concepción de que los Educadores de Calle limitan su campo de acción a la parroquia o al barrio. Este Educador puede asumir otros papeles, revestirse de nuevos personajes y, sin olvidar su rol, conectar con los sujetos que serán objetivos primordiales de su acción. Introducirse en la «movida» juvenil y en los espacios jóvenes supone prepararse para la improvisación y abandonar un poco el dogmatismo que repite los mismos esquemas que llevan al fracaso.
El Educador de Calle no trabaja únicamente con drogadictos, delincuentes, jóvenes extravagantes, etc., por tratarse de sujetos y objetos de programas e intervenciones específicas, sino que su acción entre la juventud está motivada porque están en una etapa de la vida en la que servirá de ayuda para acompañar en esas situaciones de conflicto inherentes a la adolescencia. El Educador trata de que las vivencias que acumula el joven puedan ser positivas y sirvan de bagaje para su futuro adulto. Y lo hace desde esos espacios significativos, los ámbitos, los tiempos y las actividades donde ellos están y hacen: Rincones, calles, centros culturales, bares, asociaciones... Para que el joven se mantengan en una entorno educativo harán falta delegados educativos que acompañen, apoyen, sugieran, hagan de puente, etc. Si no se potencian este tipo de medidas de atención es fácil que muchos jóvenes tengan dificultades especiales en el proceso de incorporación social, con lo que el conflicto se agudizará todavía más.
Desde la Administración y organizaciones no lucrativas se diseñan locales, equipamientos, programas, etc. que no sirven para todos los jóvenes y de los que quedan fuera aquellos para los que precisamente muchas veces se proyecta. Ocurre que acceden a estos servicios quienes menos lo necesitan y que tienen facilidad de incorporarse a otros recursos más informales. Un centro abierto, por ejemplo, es un servicio extraordinario para acoger a adolescentes en barrios marginales, donde la presencia adulta de un animador-educador puede dar mucho juego para posibles actuaciones y nuevos proyectos.
La función del Educador será siempre la de incitar, apoyar el proceso de transición, socializar, contribuir a la adquisición de la autonomía, etc., sin necesidad de vigilar, proteger, disponer, tutelar... Sabe que «estar» entre los jóvenes ayudará a «hacer» comunidad. Cabría decir lo mismo si los destinatarios son otro tipo de individuos que atraviesan especiales dificultades.
Llegar hasta donde ellos están requerirá creatividad, innovaciones, habilidades y técnicas que faciliten ese acercamiento. Así como existe ya la figura del Educador de Calle de Noche, que actúa entre los «habitantes» de los ferrocarriles metropolitanos, será preciso adaptarse a las nuevas circunstancias y superar la concepción de que los Educadores de Calle limitan su campo de acción a la parroquia o al barrio. Este Educador puede asumir otros papeles, revestirse de nuevos personajes y, sin olvidar su rol, conectar con los sujetos que serán objetivos primordiales de su acción. Introducirse en la «movida» juvenil y en los espacios jóvenes supone prepararse para la improvisación y abandonar un poco el dogmatismo que repite los mismos esquemas que llevan al fracaso.
FUNCIONES DEL EDUCADOR DE CALLE
Cada día son más las instituciones, administraciones públicas y asociaciones que cuentan en sus plantillas en el campo de lo social con educadores de calle, lo que permitirá sin duda clarificar progresivamente sus funciones. Es difícil aunar criterios para perfilar de forma concisa la complejidad de tareas que puede tener este educador, a la vista de la cambiante realidad social que aconseja adaptaciones rápidas y acomodaciones que exige el nuevo entramado que forman los grupos de su práctica.
Conocidas son sus tareas hasta el momento y que forman parte de su quehacer diario:
- Detección de las dificultades sociales y sus causas.
- Relación con las instituciones.
- Relación y diálogo con los destinatarios.
- Reeducación e intervención para la mejora de las relaciones interpersonales.
- Organización de la vida cotidiana en el ámbito individual y grupal.
- Animación grupal y comunitaria.
- Formación, información y orientación.
Dependerá del medio donde desarrolle su cometido para que las funciones sean más manifiestas. Así, las desarrolladas en la calle, en la entidad de la que dependa o las de gestión van a marcar el organigrama de trabajo:
Cada día son más las instituciones, administraciones públicas y asociaciones que cuentan en sus plantillas en el campo de lo social con educadores de calle, lo que permitirá sin duda clarificar progresivamente sus funciones. Es difícil aunar criterios para perfilar de forma concisa la complejidad de tareas que puede tener este educador, a la vista de la cambiante realidad social que aconseja adaptaciones rápidas y acomodaciones que exige el nuevo entramado que forman los grupos de su práctica.
Conocidas son sus tareas hasta el momento y que forman parte de su quehacer diario:
- Detección de las dificultades sociales y sus causas.
- Relación con las instituciones.
- Relación y diálogo con los destinatarios.
- Reeducación e intervención para la mejora de las relaciones interpersonales.
- Organización de la vida cotidiana en el ámbito individual y grupal.
- Animación grupal y comunitaria.
- Formación, información y orientación.
Dependerá del medio donde desarrolle su cometido para que las funciones sean más manifiestas. Así, las desarrolladas en la calle, en la entidad de la que dependa o las de gestión van a marcar el organigrama de trabajo:
a) Funciones a desarrollar en la calle:
Se desenvuelven en el espacio calle a través del trabajo de atención de problemáticas individuales, grupales o de la comunidad. Aquí cabrían las relacionadas con la información, orientación y asesoramiento de personas y grupos junto con la estrecha coordinación con el equipo multidisciplinar o institución a la que pertenece. Es la intervención propiamente educativa que desarrolla el educador para dar forma a los objetivos educativos que ha marcado con y para cada individuo y grupo a través de:
- La toma de conciencia de los problemas, provocando cambios de actitudes.
- El desbloqueo de las obstrucciones que entorpecen su desarrollo.
- El proceso de integración social.
- La capacitación en habilidades que permitan una mayor independencia.
- El descubrimiento de situaciones rechazo social.
- La prevención de otras circunstancias de riesgo que puedan derivar hacia la marginación social.
- Análisis de las demandas individuales y sociales y generación de respuestas que provoquen un crecimiento personal y grupal.
- Derivación de propuestas hacia otros servicios (asociaciones, organizaciones, instituciones) y seguimiento de las mismas, etc.
- La concienciación de la comunidad como copartícipe en la búsqueda de soluciones y alternativas a sus problemas.
- La animación a la participación en tareas comunitarias.
El perfil multivalente del educador se define por la diversidad de actividades que debe desarrollar en diferentes ámbitos, con poblaciones distintas y metodologías apropiadas a cada problemática y población que deberá atender. Aunque podría darse el caso de educadores que trabajan solos, lo normal es que pertenezca a una institución, centro, etc. que atiende a diversidades de conflictos y procesos en los que se encuentran colectivos excluidos (inmigrantes, extranjeros, politoxicómanos,...). El centro para que el que trabaja marcará de alguna manera su perfil y las tareas primordiales que llevará a cabo. También el equipo de profesionales en el que se integre o el territorio donde se desenvuelve conformará una manera de ser, estar y proyectar la visión sobre la realidad que trata de transformar, adecuándose a una población determinada, unos objetivos muy concretos, unos recursos disponibles y un método adecuado.
b) Funciones en la entidad o institución:
Dentro de la institución a la que pertenece el educador se realiza un trabajo interno que dependerá de la filosofía y la orientación de la misma, disfrutando de mayor o menor autonomía en el desarrollo de sus propuestas e ideas. A veces el educador corre el riesgo de convertirse en un mero gestor de programas y proyectos, sin la implicación personal y profesional en las tareas que son inherentes a su capacitación para estar «a pie de calle». Puede resultar que sea la propia institución quien marque en exceso sus funciones y reduzca el trabajo del Educador de Calle a desarrollar ideas planeadas sin su cooperación.
Dentro del marco corporativo el educador tiene funciones comunes al resto del equipo y que permiten:
- Programación de actividades, adaptando los programas a grupos y personas.
- Realizar tramites ligados a las actividades.
- El estudio de alternativas para la incorporación social de colectivos en desventaja.
- Controlar y medir los resultados, evaluando objetivos, actividades, métodos...
- Coordinarse y colaborar con otras entidades, programas o servicios similares.
- Etc.
Dentro de la institución a la que pertenece el educador se realiza un trabajo interno que dependerá de la filosofía y la orientación de la misma, disfrutando de mayor o menor autonomía en el desarrollo de sus propuestas e ideas. A veces el educador corre el riesgo de convertirse en un mero gestor de programas y proyectos, sin la implicación personal y profesional en las tareas que son inherentes a su capacitación para estar «a pie de calle». Puede resultar que sea la propia institución quien marque en exceso sus funciones y reduzca el trabajo del Educador de Calle a desarrollar ideas planeadas sin su cooperación.
Dentro del marco corporativo el educador tiene funciones comunes al resto del equipo y que permiten:
- Programación de actividades, adaptando los programas a grupos y personas.
- Realizar tramites ligados a las actividades.
- El estudio de alternativas para la incorporación social de colectivos en desventaja.
- Controlar y medir los resultados, evaluando objetivos, actividades, métodos...
- Coordinarse y colaborar con otras entidades, programas o servicios similares.
- Etc.
c) Funciones de gestión:
Las actuaciones en la calle y en la entidad necesitan de un procedimiento que contribuya a la distribución de tiempo, métodos y actividades, sin olvidar que corresponde al educador la intervención educativa directa.
Las funciones que hacen referencia a esta gestión serían las encaminadas a:
- Coordinar criterios y fijar prioridades en un equipo de trabajo.
- Compensar objetivos, fines y prestaciones de la institución con los recursos realmente disponibles.
- Buscar alternativas a nuevas necesidades, estudiándolas en grupo y distribuyendo responsabilidades.
- Relacionarse con otras organizaciones y facilitar el recíproco conocimiento de experiencias, filosofía, métodos...
- Realizar tramites de carácter burocrático o económico cuando formen parte del proyecto y debamos asumir ese cometido.
- Etc.
Las áreas sobre las que interviene directamente el Educador son la familia, la escuela, el tiempo libre, las rela-ciones y la salud. Veamos cada una de ellas por separado:
- Área familiar:
Para conocer los elementos que desacoplan el sistema familiar debemos conocer su organización, conflictividad, actitudes, apoyos que posee, personas de referencia. Ello nos aportará patrones para programar la intervención en este núcleo, muy importante si queremos favorecer el desarrollo de los menores en este espacio de socialización por excelencia. Si ello es posible, lo haremos en coordinación con los Educadores Familiares que, además, nos aportarán pistas sobre la dinámica y los factores de riesgo que influyen en los desajustes de los meno-res. La implicación de la familia para resolver conflictos a través de alianzas y compromisos incidirá positivamen-te en el proceso educativo que mantengamos con los menores y jóvenes.
El espacio familiar influye en el aprendizaje de conductas de los niños, pues le mostrará un determinado tipo de modelo de «normalidad» que se ajusta a su propia realidad social y que queda delimitado por sus condiciones socioeconómicas, cultura, educación y la forma de interactuar con el entorno. A veces ese modelo dista mucho de ser el aceptado socialmente y crea conflictos en el menor, lo que supondrá inadaptación con relación al medio normalizado y aceptado socialmente:
- Rechazo de normas, falta de límites.
- Inseguridades afectivas.
- Valores y actitudes ambivalentes.
- Área escolar:
La desmotivación, el rechazo y la frustración en la escuela hacen que los jóvenes se sientan fracasados y consi-deren esos años de aprendizaje como inútiles, sin sentido. Mal comienzo cuando la escuela ha sido su primer contacto con el mundo exterior y les devuelve una imagen negativa de sí mismos. Es normal que se sientan excluidos y que se desvaloren a sí mismos y rechacen cualquier iniciativa que parta del sistema educativo. Ante este panorama cabría centrarse más en iniciativas formativas cercanas a su realidad, que respondan realmente a sus intereses, les proporcionen posibilidades de futuro y les reconcilie con el mundo del saber y de la cultura (escuelas-taller, cursos de formación profesional, garantía social...).
- Área de tiempo libre:
Muchos jóvenes están abocados a un ocio forzoso que sirve de evasión, pasividad, consumo... Otros no están preparados para aprovecharlo, no conocen las posibilidades de desarrollo personal que puede tener un uso alternativo de ese tiempo que a veces «pesa» demasiado y que es un caldo de cultivo para desvalorarse, sentirse inútil, aburrirse o emprender caminos de degradación.
El Educador sabe que el tiempo libre puede ser un buen momento para el aprendizaje lúdico, solidario, creativo, basado en otros estilos de relación, donde se manifiestan intereses adormecidos o se puede llegar a ser protagonista y dueño de la propia vida, dando un nuevo sentido al compromiso, la participación o la responsabilidad, estimulando a que establezcan sus propios objetivos y tomen las decisiones más ajustadas.
- Área relacional:
El desarrollo de las personas también lo determinan las relaciones interpersonales, con sus reglas, valores, criterios, etc. El aprendizaje relacional se interioriza a través de las experiencias en la familia, la escuela o el grupo de iguales, por lo que el Educador aprovecha para potenciar las relaciones grupales adecuadas a cada etapa evolutiva, haciendo posible un posterior diálogo y comunicación con la comunidad por medio de la participación social de los sujetos de la intervención. El Educador debe ser experto en establecer una comunicación positiva entre personas, grupos y comunidades.
-Área de salud:
Se trata de mejorar la calidad de vida de las personas a través del conocimiento de hábitos de higiene y de salud y la prevención de enfermedades.
OBJETIVOS DEL EDUCADOR DE CALLE
Los objetivos educativos dependerán de las prestaciones de la institución a la que pertenece, del sector de población atendida, de la problemática, del rol que esté dispuesto a asumir (concepto de sí mismo, visión de la realidad, filosofía de vida, implicación...), etc. De poco servirán unos objetivos ideales cuando no estamos prepa-rados ni convencidos para llevar a buen término lo que planeamos sobre la mesa de reuniones.
Las actuaciones en la calle y en la entidad necesitan de un procedimiento que contribuya a la distribución de tiempo, métodos y actividades, sin olvidar que corresponde al educador la intervención educativa directa.
Las funciones que hacen referencia a esta gestión serían las encaminadas a:
- Coordinar criterios y fijar prioridades en un equipo de trabajo.
- Compensar objetivos, fines y prestaciones de la institución con los recursos realmente disponibles.
- Buscar alternativas a nuevas necesidades, estudiándolas en grupo y distribuyendo responsabilidades.
- Relacionarse con otras organizaciones y facilitar el recíproco conocimiento de experiencias, filosofía, métodos...
- Realizar tramites de carácter burocrático o económico cuando formen parte del proyecto y debamos asumir ese cometido.
- Etc.
Las áreas sobre las que interviene directamente el Educador son la familia, la escuela, el tiempo libre, las rela-ciones y la salud. Veamos cada una de ellas por separado:
- Área familiar:
Para conocer los elementos que desacoplan el sistema familiar debemos conocer su organización, conflictividad, actitudes, apoyos que posee, personas de referencia. Ello nos aportará patrones para programar la intervención en este núcleo, muy importante si queremos favorecer el desarrollo de los menores en este espacio de socialización por excelencia. Si ello es posible, lo haremos en coordinación con los Educadores Familiares que, además, nos aportarán pistas sobre la dinámica y los factores de riesgo que influyen en los desajustes de los meno-res. La implicación de la familia para resolver conflictos a través de alianzas y compromisos incidirá positivamen-te en el proceso educativo que mantengamos con los menores y jóvenes.
El espacio familiar influye en el aprendizaje de conductas de los niños, pues le mostrará un determinado tipo de modelo de «normalidad» que se ajusta a su propia realidad social y que queda delimitado por sus condiciones socioeconómicas, cultura, educación y la forma de interactuar con el entorno. A veces ese modelo dista mucho de ser el aceptado socialmente y crea conflictos en el menor, lo que supondrá inadaptación con relación al medio normalizado y aceptado socialmente:
- Rechazo de normas, falta de límites.
- Inseguridades afectivas.
- Valores y actitudes ambivalentes.
- Área escolar:
La desmotivación, el rechazo y la frustración en la escuela hacen que los jóvenes se sientan fracasados y consi-deren esos años de aprendizaje como inútiles, sin sentido. Mal comienzo cuando la escuela ha sido su primer contacto con el mundo exterior y les devuelve una imagen negativa de sí mismos. Es normal que se sientan excluidos y que se desvaloren a sí mismos y rechacen cualquier iniciativa que parta del sistema educativo. Ante este panorama cabría centrarse más en iniciativas formativas cercanas a su realidad, que respondan realmente a sus intereses, les proporcionen posibilidades de futuro y les reconcilie con el mundo del saber y de la cultura (escuelas-taller, cursos de formación profesional, garantía social...).
- Área de tiempo libre:
Muchos jóvenes están abocados a un ocio forzoso que sirve de evasión, pasividad, consumo... Otros no están preparados para aprovecharlo, no conocen las posibilidades de desarrollo personal que puede tener un uso alternativo de ese tiempo que a veces «pesa» demasiado y que es un caldo de cultivo para desvalorarse, sentirse inútil, aburrirse o emprender caminos de degradación.
El Educador sabe que el tiempo libre puede ser un buen momento para el aprendizaje lúdico, solidario, creativo, basado en otros estilos de relación, donde se manifiestan intereses adormecidos o se puede llegar a ser protagonista y dueño de la propia vida, dando un nuevo sentido al compromiso, la participación o la responsabilidad, estimulando a que establezcan sus propios objetivos y tomen las decisiones más ajustadas.
- Área relacional:
El desarrollo de las personas también lo determinan las relaciones interpersonales, con sus reglas, valores, criterios, etc. El aprendizaje relacional se interioriza a través de las experiencias en la familia, la escuela o el grupo de iguales, por lo que el Educador aprovecha para potenciar las relaciones grupales adecuadas a cada etapa evolutiva, haciendo posible un posterior diálogo y comunicación con la comunidad por medio de la participación social de los sujetos de la intervención. El Educador debe ser experto en establecer una comunicación positiva entre personas, grupos y comunidades.
-Área de salud:
Se trata de mejorar la calidad de vida de las personas a través del conocimiento de hábitos de higiene y de salud y la prevención de enfermedades.
OBJETIVOS DEL EDUCADOR DE CALLE
Los objetivos educativos dependerán de las prestaciones de la institución a la que pertenece, del sector de población atendida, de la problemática, del rol que esté dispuesto a asumir (concepto de sí mismo, visión de la realidad, filosofía de vida, implicación...), etc. De poco servirán unos objetivos ideales cuando no estamos prepa-rados ni convencidos para llevar a buen término lo que planeamos sobre la mesa de reuniones.
Teniendo en cuenta las características propias del Educador podemos hablar de objetivos que marcan su identidad:
- Trabaja sobre todo por las personas menos favorecidas, con dificultades para desarrollarse con plenitud en una sociedad que les rechaza o ignora.
- Enfoca su acción desde el ámbito de barrio, con carácter comunitario, de participación y desarrollo.
- Adquiere el compromiso social de lucha por la justicia y la igualdad.
- Busca el progreso humano en todas sus facetas y no el mero asistencialismo.
- Utiliza la calle como medio de contacto y convivencia cualificada, apoyándose en los recursos comunitarios para favorecer la integración normalizada.
- Se preocupa por la problemática social y educativa que afecta sobre manera a menores y jóvenes, pero atendiendo todos aquellos grupos que tienen especiales dificultades para el acceso a los bienes culturales, educativos, de empleo, ocio, relacionales...
- Desarrolla la conciencia crítica y el compromiso social.
- Motiva para la participación.
- Promueve estilos de vida que favorezcan la salud bio-psico-social.
Desde ese conocimiento de las carencias y necesidades y de su implicación surgirán funciones que conformarán su quehacer diario. El bagaje teórico, su experiencia, compromiso, reflexión, su concepción de la vida.... serán algunos de los elementos que dibujarán su perfil profesional como Educador.
Hagamos, para terminar, un acercamiento a otros objetivos más concretos que trabajan los educadores en diversos programas:
* Objetivos encaminados hacia el desarrollo armónico de la persona:
- Descubrir las capacidades inherentes y los propios límites.
- Orientar sobre el cuidado físico y psíquico integral.
- Ayudar a buscar los mecanismos para entender la realidad y manejarla convenientemente.
- Reconstruir el equilibrio personal.
- Facilitar la comprensión de su realidad para posicionarse respecto a los demás.
- Colaborar en la adquisición de habilidades que le faciliten averiguar sus posibilidades.
* Objetivos encaminados a conseguir aprendizajes para la integración:
- Potenciar los conocimientos que permitan la inserción en el medio.
- Adquirir habilidades sociales para establecer relaciones positivas con el entorno.
- Favorecer el acercamiento a recursos normalizados.
- Adquirir hábitos de vida que mejoren la integración en la dinámica social.
* Objetivos con las instituciones:
- Sensibilizar a la comunidad para el desarrollo de actitudes solidarias y de acciones preventivas.
- Coordinar actividades y grupos para la optimización de recursos.
- Colaborar en iniciativas con objetivos que faciliten la educación no formal.
RECURSOS DEL EDUCADOR DE CALLE
El educador dispone de diferentes recursos humanos y materiales para el desempeño de su cometido. Unos le son facilitados por la institución de que depende, otros están disponibles en la propia comunidad y los demás debe buscarlos o generarlos para que se ajusten a sus objetivos.
Entre otros, deberá contar con:
- Un local, sala, centro, etc. donde programar, planificar, reunirse, realizar gestiones administrativas, etc.
- Un equipo de trabajo con el que poder planificar, evaluar o debatir sus intervenciones.
- Un catálogo de recursos a su alcance, con contactos de fácil acceso. El Educador puede confeccionar su propia guía con direcciones, teléfonos, etc. (de trabajadores sociales, abogados, centros de desintoxicación, administración pública, colaboradores, asociaciones de todo tipo...).
- El material técnico o didáctico adecuado a sus funciones.
- Documentos, memorias, diarios, mapas, estudios, guías, etc. que apoyen sus intervenciones.
- Etc.
- Trabaja sobre todo por las personas menos favorecidas, con dificultades para desarrollarse con plenitud en una sociedad que les rechaza o ignora.
- Enfoca su acción desde el ámbito de barrio, con carácter comunitario, de participación y desarrollo.
- Adquiere el compromiso social de lucha por la justicia y la igualdad.
- Busca el progreso humano en todas sus facetas y no el mero asistencialismo.
- Utiliza la calle como medio de contacto y convivencia cualificada, apoyándose en los recursos comunitarios para favorecer la integración normalizada.
- Se preocupa por la problemática social y educativa que afecta sobre manera a menores y jóvenes, pero atendiendo todos aquellos grupos que tienen especiales dificultades para el acceso a los bienes culturales, educativos, de empleo, ocio, relacionales...
- Desarrolla la conciencia crítica y el compromiso social.
- Motiva para la participación.
- Promueve estilos de vida que favorezcan la salud bio-psico-social.
Desde ese conocimiento de las carencias y necesidades y de su implicación surgirán funciones que conformarán su quehacer diario. El bagaje teórico, su experiencia, compromiso, reflexión, su concepción de la vida.... serán algunos de los elementos que dibujarán su perfil profesional como Educador.
Hagamos, para terminar, un acercamiento a otros objetivos más concretos que trabajan los educadores en diversos programas:
* Objetivos encaminados hacia el desarrollo armónico de la persona:
- Descubrir las capacidades inherentes y los propios límites.
- Orientar sobre el cuidado físico y psíquico integral.
- Ayudar a buscar los mecanismos para entender la realidad y manejarla convenientemente.
- Reconstruir el equilibrio personal.
- Facilitar la comprensión de su realidad para posicionarse respecto a los demás.
- Colaborar en la adquisición de habilidades que le faciliten averiguar sus posibilidades.
* Objetivos encaminados a conseguir aprendizajes para la integración:
- Potenciar los conocimientos que permitan la inserción en el medio.
- Adquirir habilidades sociales para establecer relaciones positivas con el entorno.
- Favorecer el acercamiento a recursos normalizados.
- Adquirir hábitos de vida que mejoren la integración en la dinámica social.
* Objetivos con las instituciones:
- Sensibilizar a la comunidad para el desarrollo de actitudes solidarias y de acciones preventivas.
- Coordinar actividades y grupos para la optimización de recursos.
- Colaborar en iniciativas con objetivos que faciliten la educación no formal.
RECURSOS DEL EDUCADOR DE CALLE
El educador dispone de diferentes recursos humanos y materiales para el desempeño de su cometido. Unos le son facilitados por la institución de que depende, otros están disponibles en la propia comunidad y los demás debe buscarlos o generarlos para que se ajusten a sus objetivos.
Entre otros, deberá contar con:
- Un local, sala, centro, etc. donde programar, planificar, reunirse, realizar gestiones administrativas, etc.
- Un equipo de trabajo con el que poder planificar, evaluar o debatir sus intervenciones.
- Un catálogo de recursos a su alcance, con contactos de fácil acceso. El Educador puede confeccionar su propia guía con direcciones, teléfonos, etc. (de trabajadores sociales, abogados, centros de desintoxicación, administración pública, colaboradores, asociaciones de todo tipo...).
- El material técnico o didáctico adecuado a sus funciones.
- Documentos, memorias, diarios, mapas, estudios, guías, etc. que apoyen sus intervenciones.
- Etc.
APTITUDES Y ACTITUDES DEL EDUCADOR DE CALLE
Para desempeñar el encargo social el Educador deberá tener una serie de capacidades o competencias, un cierto talante que le habilite para realizar tareas que incidan positivamente en el proyecto para el que trabaja. Algunas de esas habilidades son propias pero otras deberá adquirirlas a través de la experiencia, la formación, el contraste de ideas, etc.
Algunas de esas facultades permitirán:
- Confeccionar programas educativos con individuos y grupos.
- Planificar y evaluar desde la perspectiva educativa.
- Analizar procesos educativos, siendo capaz de introducir modificaciones o realizar el feedback adecuado.
- Intervenir de forma autónoma pero en un marco de cooperación y coordinación con otras personas y grupos. La capacidad para trabajar en red facilita el encuentro y la generación de ideas que favorezcan a todos.
- Tomar decisiones y resolver conflictos en consonancia con las necesidades de cada individuo.
- Adquirir nuevos conocimientos, técnicas y estrategias a través de la introspección y la práctica cotidiana o de la experiencia compartida.
- Gestionar y utilizar los recursos de forma óptima y adecuada a cada realidad.
El autocrecimiento personal también forma parte de la condición de Educador. Su experiencia, motivaciones, actitudes, emociones y creencias dibujan un «estilo», una «forma de ser y hacer». No todos sirven para educadores, hay que hacerse a uno mismo, construirse como personas aptas para ser capaces de transmitir valores y normas, introducir cambios significativos en la propia vida y en la de los demás cuando nos lo requieren. La propensión a compartir, al trabajo en grupo, a la comunicación, a las relaciones interpersonales, a la creatividad... repercutirá también en el «saber hacer» y «saber ser» que cualquier Educador precisa para el desempeño de su misión, ésto es, conseguir unos objetivos concretos a través de acciones enfocadas a mejorar o transformar la situación por la cual se interviene.
El «saber» del Educador se refiere al conocimiento que debe poseer para actuar con objetividad y justificación:
- Será un experto en cuestiones generales, sabiendo utilizar la información y auxiliándose de otros especialistas en cuestiones especificas.
- Tendrá conocimientos de animación sociocultural, sicología, antropología, historia, pedagogía, medios de comunicación, tiempo libre, economía social, etc.
- Conocerá los aspectos científicos y específicos de su profesión.
- Dominará las cuestiones legales y burocráticas de su trabajo.
El «saber hacer» se relaciona con el ejercicio de su acción educativa. Se trata de:
- Conocer y dominar las competencias técnicas necesarias.
- Saber cuáles son las estrategias precisas para desarrollar las técnicas.
- Obtener las habilidades para aplicar con éxito las técnicas. Estará capacitado para dirigir reuniones, crear grupos, confeccionar proyectos, evaluarlos, elaborar informes y memorias, etc.
El «saber ser» son las actitudes que:
- Hacen que sea una persona dialogante, demócrata, respetuosa, comprensiva, tolerante, capaz de establecer relaciones y con una perspectiva global de los problemas sociales. El Educador no clasifica a las personas según sus circunstancias. Acepta los distintos ambientes y subculturas en los que se mueven como su manera de enfrentarse a la vida.
- Favorecen las relaciones humanas con los usuarios, compañeros de trabajo, etc.
- Respaldan las relaciones profesionales con la administración, entidades, etc.
El «saber estar» son las habilidades personales, características de cada Educador que forman un «estilo» propio de ser, hacer y estar. Éstas pueden ser:
- Habilidades para la relación personal.
- Habilidades para el manejo de conflictos.
- Habilidades para motivar, generar cambios, etc.
Estamos hablando de educadores con sentido del humor, optimistas, abiertos, dinámicos, participativos, respetuosos, maduros, conscientes, reflexivos, conocedores de sus límites... Se trata de características que, junto al dominio de las funciones a desempeñar, definen el perfil de la persona que intervendrá competentemente en procesos educativos que facilitarán la integración de otras personas en el entramado de las relaciones sociales normalizadas.
ESTILOS DE EDUCADORES DE CALLE
El Educador es un agente animador de cambio social en una sociedad competitivamente agresiva, consumista, manipuladora y generadora de desigualdades. Aún así corre el riesgo de convertirse en cómplice de ocultar o solapar justicias sociales, intentando adaptar al individuo a las coordenadas sociales que le vienen impuestas. Unas veces carece del reconocimiento profesional o tiene un empleo deficitario, sufre presiones políticas o no dispone de recursos adecuados para lograr todas sus metas. Es entonces cuando puede trocarse en una mero transmisor de prestaciones y servicios, sin que quede lugar para la rebeldía, la crítica, la utopía o la conquista de nuevos valores.
Como esta es una realidad que se da en no pocos estamentos podemos hacer una relación de educadores tipo resignados algunos a «ejercer» su función de formas diversas y bajo el control de las entidades contratantes:
* Educador de Calle pasivo: Se trata de un personaje impasible, sin relevancia, conformista, sin ambición por lo que hace, indiferente, condescendiente. Ni se implica, ni se complica, ni se replica.
* Educador de Calle tecnificado: Es demasiado riguroso en cuanto a métodos, estrategias, teorías científicas... Podríamos llamarlo «educador de manual», para el que no caben innovaciones o aportaciones propias.
* Educador de Calle adaptado: Se dedica a prestar servicios sin demasiadas ilusiones, con mediocridad, escaso en sus pretensiones, con poco empeño y vagas intenciones. Simplemente «cumple» con los mínimos exigidos.
* Educador de Calle convencido: Es un personaje optimista, creativo, motor de cambios, que apoya iniciativas, estimulador de grupos, activo, equilibrado, realista. Sus miras están en el desarrollo pleno del individuo y la transformación de la comunidad.
El complejo rol de Educador exige una preparación flexible y heterogénea y unas cualidades personales determinadas para poder dar respuestas a las situaciones diarias que se presentan en el ejercicio de su profesión. A pesar de que es una profesión nueva e innovadora, a la que se suman cada vez más jóvenes adeptos y personas con un alto grado de preparación, no quedan dudas de que su razón de ser estriba en la necesidad de personajes competentes para maniobrar y revolver conflictos y graves problemas que genera la sociedad actual.
Los procesos educativos han de tener en cuenta las variables que inciden en el contexto social en el que se interviene y, entre otras, sociales, culturales, económicas, políticas, religiosas... El crecimiento personal nos va a exigir una conciencia crítica de la realidad para poder alcanzar un compromiso responsable con los individuos y grupos. Cuando el Educador se considere apto para plantearse su propio proyecto educativo, haya tomado «conciencia» de que puede ser un elemento clave en la génesis de cambios y cuando esté «animado» a implicarse con los otros y por los otros, cuando posea la preparación técnica y humana suficiente, entonces será el momento de acercarse a los «marginados» y, desde una opción clara, trazarse objetivos para la inserción, la participación, la humanización o la justicia.
El Educador de Calle debe optar por las personas, su dignidad y sus derechos. Su estilo de vida es diferente al convencional, porque sabe que el hombre no sólo es un ser nacido para producir y consumir, sino para apreciar la libertad y ser dueño de su destino, asumiendo un papel protagonista frente a las múltiples contrariedades que se le presentarán a lo largo de su vida. Él elige la educación como medio para explorar nuevas posibilidades de crecimiento social, abre ventanas a la esperanza, redescubre otras formas de ser y estar en el mundo, optando siempre por la libertad, la paz y el compromiso como mecanismos para suscitar las mejoras implícitas que re-clama una sociedad que ha inventado la marginación como supremacía del más fuerte sobre los menos afortu-nados.
El Educador de Calle es una persona de referencia en un entorno carente de modelos educativos, que usa el contacto directo y humano en el ambiente que viven las personas objeto de su intervención, que promueve cambios significativos tendentes al crecimiento autónomo de la persona y su incorporación a la red social sin traumas. Para cumplir bien su función ha de:
- Optar por las personas más vulnerables, aceptándolas y reconociendo sus posibilidades.
- Conocer cómo se organiza la sociedad, los cambios que se producen, etc.
- Conocer la realidad en la que va a trabajar.
- Tener habilidad para la observación y el juicio crítico.
- Ser capaz de empatizar y percibir las demandas implícitas.
- Tener capacidad para suscitar respuestas de los propios afectados a las causas de los problemas.
- Sentir la necesidad de aprender y reflexionar sobre la experiencia.
- Acercarse a las personas, aceptándolas, siendo solidario.
EL MÉTODO DEL EDUCADOR DE CALLE. PROGRAMACIÓN
Este profesional incide en unas realidades concretas dentro de unos contextos y ámbitos especiales, valiéndose de unos tácticas metodológicas ajustadas a cada caso en particular.
Esas realidades pueden ser:
* Problemas de toxicomanías en jóvenes.
* Exclusión social por razones de raza, economía, cultura...
* Absentismo escolar, dificultad en el acceso a la cultura, delincuencia...
Los contextos de intervención son:
- Calles, parques, esquinas y plazas.
- Salones de juego, bares y lugares de reunión y ocio juvenil.
- Entidades vecinales y juveniles, centros infantiles...
El proceso metodológico se basa en:
- La demanda implícita o explícita de su intervención a instancia de personas, grupos, profesionales, entidades de Servicios Sociales, escuelas, etc.
- La observación normalizada y sistemática para detectar y analizar los problemas.
- Identificación de las necesidades que puedan necesitar de su intervención.
- El diagnóstico de la situación evidenciada. Deberá conocer la población y los niveles culturales, socioeconómicos, laborales, sociales, etc. que corroboren su diagnóstico.
- Los objetivos que se propone para mejorar la situación.
- La elección del método, los niveles de intervención, las estrategias y los recursos precisos adecuados a cada realidad.
- Los criterios para la evaluación (indicadores, tiempos, métodos, recursos).
- La coordinación que debe establecerse con otras entidades, equipos, etc. que incidan en el mismo ámbito.
- La evaluación con el propio equipo de trabajo.
El Educador convierte en objetivos educativos el encargo que le delega la organización para la que opera y lo hace desde un equipo de trabajo en el que se siente integrado, utilizando los medios que tiene a su alcance y optimizando tanto éstos como su propio desarrollo individual, mejorando su competencia en todos los sentidos (capacidades, cualidades, actitudes, responsabilidades, habilidades, eficiencia...).
En este tipo de trabajo social se ha improvisado mucho, dejándose llevar por el activismo en detrimento de la concreción de objetivos y actividades -programación, diseño y planificación-. No es fácil, después de unas décadas de implantación de la educación de calle, de precisar una metodología propia para todos los destinata-rios, pues las realidades y los territorios son diferentes, como lo son a su vez las organizaciones promotoras de los proyectos (Comunidades Autónomas, diputaciones, ayuntamientos, entidades sin ánimo de lucro, sector privado). Por tanto, habrá que tener en cuenta las opciones personales y la perspectiva de la institución inspiradora En cualquier caso sí ha de quedar claro:
* La justificación del programa.
* La finalidad que persigue.
* Las acciones que se llevarán a cabo.
Los márgenes que condicionarán la preparación de proyectos son los siguientes:
- El profesional: Sus aportaciones, aptitudes, filosofía...
- El equipo: Características de los diferentes integrantes, criterios comunes, forma de trabajo...
- La organización: Sus finalidades, métodos propios...
- Aspectos legales: Normas administrativas, estatutos...
Para desempeñar el encargo social el Educador deberá tener una serie de capacidades o competencias, un cierto talante que le habilite para realizar tareas que incidan positivamente en el proyecto para el que trabaja. Algunas de esas habilidades son propias pero otras deberá adquirirlas a través de la experiencia, la formación, el contraste de ideas, etc.
Algunas de esas facultades permitirán:
- Confeccionar programas educativos con individuos y grupos.
- Planificar y evaluar desde la perspectiva educativa.
- Analizar procesos educativos, siendo capaz de introducir modificaciones o realizar el feedback adecuado.
- Intervenir de forma autónoma pero en un marco de cooperación y coordinación con otras personas y grupos. La capacidad para trabajar en red facilita el encuentro y la generación de ideas que favorezcan a todos.
- Tomar decisiones y resolver conflictos en consonancia con las necesidades de cada individuo.
- Adquirir nuevos conocimientos, técnicas y estrategias a través de la introspección y la práctica cotidiana o de la experiencia compartida.
- Gestionar y utilizar los recursos de forma óptima y adecuada a cada realidad.
El autocrecimiento personal también forma parte de la condición de Educador. Su experiencia, motivaciones, actitudes, emociones y creencias dibujan un «estilo», una «forma de ser y hacer». No todos sirven para educadores, hay que hacerse a uno mismo, construirse como personas aptas para ser capaces de transmitir valores y normas, introducir cambios significativos en la propia vida y en la de los demás cuando nos lo requieren. La propensión a compartir, al trabajo en grupo, a la comunicación, a las relaciones interpersonales, a la creatividad... repercutirá también en el «saber hacer» y «saber ser» que cualquier Educador precisa para el desempeño de su misión, ésto es, conseguir unos objetivos concretos a través de acciones enfocadas a mejorar o transformar la situación por la cual se interviene.
El «saber» del Educador se refiere al conocimiento que debe poseer para actuar con objetividad y justificación:
- Será un experto en cuestiones generales, sabiendo utilizar la información y auxiliándose de otros especialistas en cuestiones especificas.
- Tendrá conocimientos de animación sociocultural, sicología, antropología, historia, pedagogía, medios de comunicación, tiempo libre, economía social, etc.
- Conocerá los aspectos científicos y específicos de su profesión.
- Dominará las cuestiones legales y burocráticas de su trabajo.
El «saber hacer» se relaciona con el ejercicio de su acción educativa. Se trata de:
- Conocer y dominar las competencias técnicas necesarias.
- Saber cuáles son las estrategias precisas para desarrollar las técnicas.
- Obtener las habilidades para aplicar con éxito las técnicas. Estará capacitado para dirigir reuniones, crear grupos, confeccionar proyectos, evaluarlos, elaborar informes y memorias, etc.
El «saber ser» son las actitudes que:
- Hacen que sea una persona dialogante, demócrata, respetuosa, comprensiva, tolerante, capaz de establecer relaciones y con una perspectiva global de los problemas sociales. El Educador no clasifica a las personas según sus circunstancias. Acepta los distintos ambientes y subculturas en los que se mueven como su manera de enfrentarse a la vida.
- Favorecen las relaciones humanas con los usuarios, compañeros de trabajo, etc.
- Respaldan las relaciones profesionales con la administración, entidades, etc.
El «saber estar» son las habilidades personales, características de cada Educador que forman un «estilo» propio de ser, hacer y estar. Éstas pueden ser:
- Habilidades para la relación personal.
- Habilidades para el manejo de conflictos.
- Habilidades para motivar, generar cambios, etc.
Estamos hablando de educadores con sentido del humor, optimistas, abiertos, dinámicos, participativos, respetuosos, maduros, conscientes, reflexivos, conocedores de sus límites... Se trata de características que, junto al dominio de las funciones a desempeñar, definen el perfil de la persona que intervendrá competentemente en procesos educativos que facilitarán la integración de otras personas en el entramado de las relaciones sociales normalizadas.
ESTILOS DE EDUCADORES DE CALLE
El Educador es un agente animador de cambio social en una sociedad competitivamente agresiva, consumista, manipuladora y generadora de desigualdades. Aún así corre el riesgo de convertirse en cómplice de ocultar o solapar justicias sociales, intentando adaptar al individuo a las coordenadas sociales que le vienen impuestas. Unas veces carece del reconocimiento profesional o tiene un empleo deficitario, sufre presiones políticas o no dispone de recursos adecuados para lograr todas sus metas. Es entonces cuando puede trocarse en una mero transmisor de prestaciones y servicios, sin que quede lugar para la rebeldía, la crítica, la utopía o la conquista de nuevos valores.
Como esta es una realidad que se da en no pocos estamentos podemos hacer una relación de educadores tipo resignados algunos a «ejercer» su función de formas diversas y bajo el control de las entidades contratantes:
* Educador de Calle pasivo: Se trata de un personaje impasible, sin relevancia, conformista, sin ambición por lo que hace, indiferente, condescendiente. Ni se implica, ni se complica, ni se replica.
* Educador de Calle tecnificado: Es demasiado riguroso en cuanto a métodos, estrategias, teorías científicas... Podríamos llamarlo «educador de manual», para el que no caben innovaciones o aportaciones propias.
* Educador de Calle adaptado: Se dedica a prestar servicios sin demasiadas ilusiones, con mediocridad, escaso en sus pretensiones, con poco empeño y vagas intenciones. Simplemente «cumple» con los mínimos exigidos.
* Educador de Calle convencido: Es un personaje optimista, creativo, motor de cambios, que apoya iniciativas, estimulador de grupos, activo, equilibrado, realista. Sus miras están en el desarrollo pleno del individuo y la transformación de la comunidad.
El complejo rol de Educador exige una preparación flexible y heterogénea y unas cualidades personales determinadas para poder dar respuestas a las situaciones diarias que se presentan en el ejercicio de su profesión. A pesar de que es una profesión nueva e innovadora, a la que se suman cada vez más jóvenes adeptos y personas con un alto grado de preparación, no quedan dudas de que su razón de ser estriba en la necesidad de personajes competentes para maniobrar y revolver conflictos y graves problemas que genera la sociedad actual.
Los procesos educativos han de tener en cuenta las variables que inciden en el contexto social en el que se interviene y, entre otras, sociales, culturales, económicas, políticas, religiosas... El crecimiento personal nos va a exigir una conciencia crítica de la realidad para poder alcanzar un compromiso responsable con los individuos y grupos. Cuando el Educador se considere apto para plantearse su propio proyecto educativo, haya tomado «conciencia» de que puede ser un elemento clave en la génesis de cambios y cuando esté «animado» a implicarse con los otros y por los otros, cuando posea la preparación técnica y humana suficiente, entonces será el momento de acercarse a los «marginados» y, desde una opción clara, trazarse objetivos para la inserción, la participación, la humanización o la justicia.
El Educador de Calle debe optar por las personas, su dignidad y sus derechos. Su estilo de vida es diferente al convencional, porque sabe que el hombre no sólo es un ser nacido para producir y consumir, sino para apreciar la libertad y ser dueño de su destino, asumiendo un papel protagonista frente a las múltiples contrariedades que se le presentarán a lo largo de su vida. Él elige la educación como medio para explorar nuevas posibilidades de crecimiento social, abre ventanas a la esperanza, redescubre otras formas de ser y estar en el mundo, optando siempre por la libertad, la paz y el compromiso como mecanismos para suscitar las mejoras implícitas que re-clama una sociedad que ha inventado la marginación como supremacía del más fuerte sobre los menos afortu-nados.
El Educador de Calle es una persona de referencia en un entorno carente de modelos educativos, que usa el contacto directo y humano en el ambiente que viven las personas objeto de su intervención, que promueve cambios significativos tendentes al crecimiento autónomo de la persona y su incorporación a la red social sin traumas. Para cumplir bien su función ha de:
- Optar por las personas más vulnerables, aceptándolas y reconociendo sus posibilidades.
- Conocer cómo se organiza la sociedad, los cambios que se producen, etc.
- Conocer la realidad en la que va a trabajar.
- Tener habilidad para la observación y el juicio crítico.
- Ser capaz de empatizar y percibir las demandas implícitas.
- Tener capacidad para suscitar respuestas de los propios afectados a las causas de los problemas.
- Sentir la necesidad de aprender y reflexionar sobre la experiencia.
- Acercarse a las personas, aceptándolas, siendo solidario.
EL MÉTODO DEL EDUCADOR DE CALLE. PROGRAMACIÓN
Este profesional incide en unas realidades concretas dentro de unos contextos y ámbitos especiales, valiéndose de unos tácticas metodológicas ajustadas a cada caso en particular.
Esas realidades pueden ser:
* Problemas de toxicomanías en jóvenes.
* Exclusión social por razones de raza, economía, cultura...
* Absentismo escolar, dificultad en el acceso a la cultura, delincuencia...
Los contextos de intervención son:
- Calles, parques, esquinas y plazas.
- Salones de juego, bares y lugares de reunión y ocio juvenil.
- Entidades vecinales y juveniles, centros infantiles...
El proceso metodológico se basa en:
- La demanda implícita o explícita de su intervención a instancia de personas, grupos, profesionales, entidades de Servicios Sociales, escuelas, etc.
- La observación normalizada y sistemática para detectar y analizar los problemas.
- Identificación de las necesidades que puedan necesitar de su intervención.
- El diagnóstico de la situación evidenciada. Deberá conocer la población y los niveles culturales, socioeconómicos, laborales, sociales, etc. que corroboren su diagnóstico.
- Los objetivos que se propone para mejorar la situación.
- La elección del método, los niveles de intervención, las estrategias y los recursos precisos adecuados a cada realidad.
- Los criterios para la evaluación (indicadores, tiempos, métodos, recursos).
- La coordinación que debe establecerse con otras entidades, equipos, etc. que incidan en el mismo ámbito.
- La evaluación con el propio equipo de trabajo.
El Educador convierte en objetivos educativos el encargo que le delega la organización para la que opera y lo hace desde un equipo de trabajo en el que se siente integrado, utilizando los medios que tiene a su alcance y optimizando tanto éstos como su propio desarrollo individual, mejorando su competencia en todos los sentidos (capacidades, cualidades, actitudes, responsabilidades, habilidades, eficiencia...).
En este tipo de trabajo social se ha improvisado mucho, dejándose llevar por el activismo en detrimento de la concreción de objetivos y actividades -programación, diseño y planificación-. No es fácil, después de unas décadas de implantación de la educación de calle, de precisar una metodología propia para todos los destinata-rios, pues las realidades y los territorios son diferentes, como lo son a su vez las organizaciones promotoras de los proyectos (Comunidades Autónomas, diputaciones, ayuntamientos, entidades sin ánimo de lucro, sector privado). Por tanto, habrá que tener en cuenta las opciones personales y la perspectiva de la institución inspiradora En cualquier caso sí ha de quedar claro:
* La justificación del programa.
* La finalidad que persigue.
* Las acciones que se llevarán a cabo.
Los márgenes que condicionarán la preparación de proyectos son los siguientes:
- El profesional: Sus aportaciones, aptitudes, filosofía...
- El equipo: Características de los diferentes integrantes, criterios comunes, forma de trabajo...
- La organización: Sus finalidades, métodos propios...
- Aspectos legales: Normas administrativas, estatutos...
Curso a distancia toda España: INTERVENCION CON ADOLESCENTES EN RIESGO Y/O CONFLICTO SOCIAL
Duración: 100 horas.
Matricula: ofertas y descuentosDiploma acreditativo.
Partiendo
de la experiencia educativa con jóvenes en riesgo social y de la
situación que viven en ambientes familiares
desestructurados o en el mundo deteriorado de la calle, se describe a
los adolescentes y a sus familias multiproblemáticas, con ejemplos de
la interacción educativa entre los educadores y
educandos de un Centro de Acogida para adolescentes.
Metodología y buenas prácticas para intervenir sobre este colectivo, con casos prácticos y estrategias de intervención
socieducativa.
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